CAPÍTULO 7

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Nada, este no aparece por ninguna parte, contenta me tiene; en el momento que lo pille se va a enterar porque, no tengo ninguna duda de que el muy cretino me ha traído aquí a sabiendas de que me encontraría con... con... él. Claro, por eso su insistencia en salir hoy; por eso su manera de rogar por una última copa, según él la del perdón; pues le va a salir caro el perdón. Muy, muy caro. Encima sé que, la mirada profunda, oscura y sexy de Theodore, está al acecho. Me vigila. Lo noto por ese cosquilleo que recorre mi piel y por los latidos de mi corazón. Está cerca, lo intuyo; y eso me cabrea mucho más porque, aunque no lo parezca, deseo abalanzarme sobre él y devorarlo de pies a cabeza. Es verlo y mi interior empieza a arder; es imposible no desearlo y, más, después de la noche que pasamos en Londres; mejor no pensar en ella, de lo contrario, seré yo la que vaya a él voluntariamente y no quiero darle esa satisfacción. Por eso, en mi búsqueda del ayudante perdido, mejor dicho, huido, tonteo con todo bicho viviente que se me pone por delante: les hago ojitos, sonrisas zalameras, caídas de ojos... Sí, es una tontería, pero ya que él me está mirando, que vea que no es el único que puede atraerme, que hay más peces en el mar; aunque estoy segura de que ninguno de ellos nada como él; aun así... Me giro sobresaltada al sentir una mano rodear mi muñeca y tirar.

—Hola, preciosa, ¿es a mí a quien buscas?

Un hombre, apuesto, de unos cuarenta años y, por lo que parece, un poco pasado de copas, me mira con ojos brillantes y lascivos. Si me dejara llevar por el cabreo que tengo encima, probablemente le daría una patada en los eggs, quiero decir en los huevos, y lo haría doblarse de dolor, pero como no puedo...

—Soy lesbiana, lo siento—le digo encogiéndome de hombros.

—Un par de horas conmigo y eso lo curo yo—¡menudo gilipollas!

—No es una enfermedad, cielo, pero lo tuyo tienes que hacértelo mirar, no obstante, creo que no tiene curación.

—Vamos, preciosa, dame una hora...

Dejo de escucharlo cuando por el rabillo del ojo veo acercarse a Theodore, Theo para los amigos y capullo integral para mí y es entonces cuando decido acariciarle a ese idiota las mejillas a la vez que me humedezco el labio inferior con la lengua.

—¿Estás seguro de que puedes curarme? —susurro cerca de sus labios.

—Segurísimo, vamos a...

De repente, un brazo rodea mi cintura con fuerza, me levanta en volandas y empieza a caminar.

—¡Eh, tío! —grita el otro—. Está conmigo, suéltala.

Un gruñido es la única respuesta que sale de la boca del neandertal que prácticamente me lleva a rastras por el local.

—¡Suéltame! —exijo pataleando en el aire—. Maldita sea, ¡suéltame! —qué bochorno, por Dios, nos está mirando todo el mundo—. ¡Qué me sueltes te digo!

Lo hace una vez que hemos recorrido casi por completo el local y pegando mi espalda contra una pared para, a continuación, apoyar su antebrazo por encima de mi cabeza y cubrirme con su cuerpo.

—¡¿Qué coño te crees que estás haciendo, imbécil?!—bramo en su cara.

—Querida, verla tontear con tanto mequetrefe me pone de los nervios; si lo que busca es compañía para esta noche, yo me ofrezco voluntario—será creído el petulante este de las narices.

—¿Y qué te hace pensar que es a ti a quién quiero en mi cama? —mascullo furiosa.

—Todas lo quieren, no veo por qué tú ibas a ser diferente—su dedo índice se desliza por mandíbula haciéndome estremecer.

—¿Ya vuelves a tutearme otra vez? —inclina un poco la cabeza y la respiración se me entrecorta.

—Ya te lo dije—me susurra al oído—, cuando quiero follarte los formalismos sobran.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora