CAPÍTULO 26

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El vestido me duró puesto, una vez entramos en la habitación, lo mismo que tarda en derretirse un hielo en cuanto lo metes en el microondas, un minuto. Pero vayamos paso a paso, porque no fue un baile y luego un revolcón, qué va, para nada. La toma de contacto y la seducción se hizo en toda regla.

Después de esa primera canción, bailamos dos más. En total tres bailes que nos sirvieron para ir calentando motores, aunque, para ser sincera, los míos ya estaban a pleno rendimiento desde que me rodeo la cintura con sus brazos y me dejó sentir su excitación pegándome a él. Tres bailes en los que nos tentamos de todas las maneras posibles sin llegar a ser explícitos en nuestros actos. Los ojos: con ellos, ambos recorrimos nuestros cuerpos de pies a cabeza y de cabeza a pies; los deslizamos, con detenimiento, por nuestras caras, haciendo un largo alto en nuestras bocas, húmedas y dispuestas para saborearse a la menor ocasión; siguieron descendiendo, en su caso, hasta la curva que, la transparencia de mi vestido dejaba vislumbrar de mis pechos; los míos fueron más osados y se plantaron en el bulto de sus pantalones, haciéndome tragar saliva. Las manos: estas nos sirvieron para sentir el tacto de nuestras pieles a través de las ropas; en mi caso no es que llevara mucha y, cada vez que él me rozaba, como si nada, los pezones se me endurecían, dejando en evidencia mi deseo; las mías trazaron un camino desde su cuello, donde estaban entrelazadas, hasta sus muñecas, pasando por sus hombros, antebrazos y estómago; llegando a acariciar de pasada el inicio de la cinturilla de sus pantalones, sobresaltándolo. Su quejido ronco, me enervó la sangre y me hizo jadear.

—Me estás volviendo loco—murmuró en mi mejilla. Yo cerré los ojos y aspiré el olor de su piel, incapaz de articular palabra alguna—. ¿Cuánto más va a durar esto antes de que pueda hundirme en ti y sentirte por completo?

—¿Una copa? —sugerí.

—¿Una? —asentí con una sonrisa al notar su impaciencia.

Lo reconozco, yo estaba igual de impaciente que él y más caliente que el cráter de un volcán, para qué nos vamos a engañar.

—Pues no sé tú, pero yo estoy muerto de sed...

Fuimos a la barra, uno pegado al otro y con los dedos entrelazados. Allí, Laura nos sirvió unas bebidas que, prácticamente, él, se bebió de un trago. Le pedí otra.

—Dijiste una—se quejó.

—Las cosas con calma se disfrutan más, ¿no estás de acuerdo conmigo, hombre mono?

—Depende de cómo lo mires. Si sigues poniéndome cachondo, no duraré un asalto cuando consiga estar dentro de ti y no podré disfrutarte como quiero.

—¿Tienes alguna prisa?

—Ninguna.

—Pues entonces relájate y disfruta—su respuesta fue un quedo gruñido.

Las copas se alargaron durante una hora más. Una hora en la que el deseo y la expectación de lo que estaba por venir, se fue acrecentando a pasos agigantados. Confieso que fui un poco mala al ponerlo al límite con mis gestos. Unos gestos que para nada fueron inocentes; como, por ejemplo: deslizar la lengua por mis labios, de tanto en tanto, con parsimonia, sin apartar mis ojos de los suyos; o alisar las arrugas inexistentes de mi vestido por debajo de mi cintura, sabiendo que sus ojos no se perderían detalle; acercarme a su boca, provocadora, para luego alejarme y deslizar un dedo por su mentón...

—¿Nos vamos a arriba? —propuse finalmente.

—Joder, ya era hora de que lo dijeras.

Antes de que me diera cuenta, estábamos en una de las habitaciones con la respiración agitada y el pulso acelerado; el vestido tirado de cualquier manera en el suelo y sus manos por todo mi cuerpo; su lengua saqueando mi boca y su polla, dura y caliente, rozándome el vientre.

Aposté por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora