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Farah; una chica, en el primer año de Universidad, se va de intercambio a Ámsterdam. Su ilusión y orgullo por cumplir sus sueños y nostalgia por su obsesión quinceañera con ese lugar la llenan plenamente de...
Sentí la inmensa necesidad de ir a hablar con Uxue, decirla que tenía razón y si era necesario, hasta llorar.
No me lo pensé, la necesidad que antes era inmensa ahora era agonizante, tenía que ir con ella a desahogarme, siempre lo hacía cuando pasaba esto. La verdad, nunca me atreví a reconocer en voz alta que yo era fuerte, temía que no fuese así, que solo lo dijeran para complacerme y para que me callara, pero, al ver mi cicatriz y mi brazo, me di cuenta de lo fuerte que era.
Bajé las escaleras, no me importó en absoluto si me daba vergüenza o miedo hablar con él, necesitaba ir con ella.
Llamé a la puerta del salón, esta vez tardó un poco más en abrir, pero pude ver en el sofá unos auriculares, un libro abierto por la mitad y un café frío.
─ ¿Qué pasa? No puede ser la música, me he puesto los auriculares para no molestarte ─ se anticipó. Se había puesto los auriculares para no «molestarme» con su música... lo aprecié, de verdad lo hice.
─ No, no es eso, necesito ir de nuevo a casa de Uxue.
─ ¿Por qué tienes los ojos húmedos? ─ Mierda, se me había olvidado que se me habían escapado unas cuántas lágrimas antes de salir, qué estúpida ─. ¿Has estado llorando?
─ No ─ mentí ─, déjalo, ¿puedo ir?
─ Ve, te mando un mensaje cuando tengas que venir ─ me miró otravez de arriba a abajo, ¡joder! ¿¡No entendía que me ponía nerviosa cuándo hacía eso o qué!? ─. Coge tus llaves.
─ Sí ─ quería irme de allí, empecé a temer que me empezara a hacer un interrogatorio, abrí la puerta y le hice un gesto amigable con la mano, mi cabello pelirrojo, brillante y cuidado se movía con cada movimiento que hacía y eso parecía hipnotizarlo, ya que siempre lo miraba con detenimiento y cautela ─, adiós.
─ Uh-hum ─ se dio media vuelta y volvió a encerrarse en el salón.
El aire fresco me golpeó la piel, y de repente sentí algo de frío y también escozor en ese brazo.
Entonces caí.
No me había puesto la sudadera ni las pulseras.
Me había olvidado por completo de ellas.
Joder, joder, joder...
Me paralicé, noté cómo en mis manos habían fuertes temblores, era un noventa y nueve coma nueve por ciento posible que se hubiera dado cuenta, sabiendo que la mayoría de los cortes eran frescos y el color todavía resaltaba. Necesitaba entrar a por las pulseras y la sudadera.
Aporreé la puerta y el timbre con ganas de llorar, no había cogido las llaves, maldecí por ello.
─ Joder, ¡Isaac! ─ La primera lágrima salió, ¿por qué me estaba saliendo todo jodidamente mal? ─. ¡Isaac, por favor! ¡Abre la puerta!
Nadie me oía, tenía la música tan alta que no se enteraba de nada, incluso, cuando fui a avisarle de que saldría, por detrás se oía la música un poco en los auriculares, es decir, que un poco más y se quedaba sordo. Igual lo había hecho, porque no se enteraba de nada.
─ ¡Isaac! ─ Empecé a agobiarme, agradecí que nadie estaba pasando por las calles.
¡Un mensaje! ¡Por supuesto!
Encendí mi teléfono, mi brazo lastimado estaba totalmente expuesto, no había nada con qué cubrirlo, ni una manga, ni unas pulseras, ni unos guantes largos, nada...
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