22. Promesa

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Lina

Siento los párpados pesados después de haber dormido toda la tarde, me remuevo en la cama buscando el celular y lo encuentro a un lado de mi almohada. Son las 7 de la tarde. Me levanto todavía atontada, la adrenalina que liberó mi cuerpo después de la persecución hizo estragos en mis músculos, eso y los golpes que propiné a mis rodillas en la pista de patinaje me tienen molida y adolorida.

Voy directo al baño, espero que después de tomar un largo baño caliente mis músculos se relajen y me pueda sentir mejor. Mi humor no ha cambiado mucho, aún siento ese vacío con el desperté por la mañana, sin embargo, el haber estado al borde de la muerte me ha servido para reflexionar y valorar mi vida. Sé que dije que viviría como si no hubiera un mañana, pero nunca pensé que pudiera ser tan literal; toda esta situación me tiene al borde de un colapso y por primera vez en mucho tiempo, me siento viva.

Salgo del baño siendo las siete con cuarenta minutos, y me preparo para bajar a cenar; aún es temprano para ello, pero tengo algo que hacer antes. Me visto con algo cómodo: un vestido veraniego de estampado florar, y unas sandalias bajas; no me siento cómoda sin maquillaje así que solo aplico un poco y dejo mi recámara para ir hacia el lugar que necesito.

—Hola, princesa ¿lograste descansar? —pregunta Leonardo desde la puerta.

—Hola, sí, descansé un poco —respondo—. ¿Sabes si Óscar se encuentra en la casa?

—¿Guerrero...?, sí, eso creo —contesta dubitativamente—. Debe de estar en la casa de huéspedes, ¿lo necesitas?

—Mmm... sí, quiero hablar con él.

—Te acompaño —dice y comenzamos a caminar hacia las escaleras.

El ambiente se siente un poco tenso entre los dos, no sé si se deba a todo lo que pasó este día, o es que Leonardo se ha dado cuenta de que es un error relacionarse conmigo de la manera en que lo hemos hecho últimamente.

—¿Tuviste problemas con Óscar por lo que pasó? —indago.

—Nada que no pudiera solucionar —contesta—. No te preocupes, princesa. —Su sonrisa encantadora, y el apelativo que ha vuelto a usar para referirse a mí, me hacen volver a respirar con normalidad, pues temía que se hubiese arrepentido de lo nuestro. Creo que mi rostro ha reflejado mi preocupación, pues antes de llegar a las escaleras, me toma del codo y hala mi cuerpo hacia el interior del despacho de mi padre que, gracias a Dios, se encuentra vacío.

—¿Qué...? —No logro terminar la frase, pues sus labios se impactan contra los míos en un beso necesitado y dulce que me hace suspirar sobre su boca. Nuestras lenguas rozándose, explorando en la cavidad del otro, mientras que sus manos se ciñen a mi cintura como si temiese que fuera a escaparme.

—¿Estás bien? —cuestiona separando sus labios solo un poco—. Estuve preocupado toda la tarde.

—Ahora estoy mucho mejor —digo con ojos soñadores después de ese beso que me dejó viendo estrellitas sobre mi cabeza—. Me gustas mucho, Leo —confieso sin pensarlo demasiado—. Pero debo decirte algo...

—¿Qué cosa? —inquiere con rapidez—. ¿Es que no me aceptas porque no estoy a tu altura?

—¡No seas tonto! —espeto, soltando una carcajada por lo ridículas que me parecen sus palabras—. No es eso, créeme, si pudiera cambiar mi posición social... bueno, no, no lo haría, pero...

Ahora es él quien ríe debido a mi confesión. En realidad, nunca cambiaría mi posición social, y no porque sienta que dependa de ello para ser feliz, sino porque esa misma condición es la que me ha llevado a tomar los caminos que me han dado la oportunidad de ayudar a más personas. La casa hogar, y otros secretos que guardo con mi vida, se han visto enteramente beneficiados del dinero que gano con mi trabajo, un trabajo que pude conseguir gracias a mi carrera y a las influencias que me ha brindado el poder pertenecer a una familia tan prestigiada como la mía, debo admitirlo.

—Perdón, es solo mi inseguridad hablando por mí —dice sonriendo y sobando mi mejilla con ternura—. Tú también me gustas mucho, hermosa —admite suspirando.

—Y ahora ¿qué hacemos? —pregunto, refiriéndome a nuestra reciente relación, pero Leonardo pone una cara pícara que me hace sonrojar, al comprender el aparente doble sentido de mi pregunta.

—Lo que tú quieras, nena —responde con una sonrisa que sugiere muchas más cosas de las que me atrevo a imaginar.

«Quisiera hacer de todo contigo, Leonardo» me avergüenzo rápidamente de mis propios pensamientos y me apuro a contestar:

—M-me refiero a qué haremos de ahora en adelante, creo que debemos ser discretos con lo nuestro, o mi padre...

—Lo nuestro... —repite despacio, como saboreando la expresión—, me gusta como suena.

—A mí igual —confieso.

—Estoy de acuerdo en que debemos mantenernos fuera del radar de tu padre, por ahora —dice—, pero, en un futuro me gustaría estar contigo sin tener que ocultarnos de la gente —espeta con pesar.

—Así será, te lo prometo. —Vuelve a besarme, esta vez lo hace tan lento y sensual que mis piernas tiemblan y mi voluntad casi lo hace también. Un ruido en el exterior nos alerta y nos hace separarnos abruptamente. Unos pasos se alejan de la puerta del despacho y me asomo, abriendo una pequeña rendija y observo a unos metros más adelante que mi nana lleva ropa de cama en sus manos, seguramente la colocará en mi habitación. Me relajo al instante, puesto que, aunque sé que mi padre está fuera de la ciudad en su gira de campaña, el temor de que pudiera encontrarme en su oficina y siendo besada por mi guardaespaldas, me hizo palpitar el corazón a mil por hora.

«No quiero que lo despidan y se aleje de mí»

—Creo que es mejor salir de aquí —propongo susurrando.

—Pienso lo mismo —concuerda con una sonrisa—, o de lo contrario no podré detenerme, princesa. Te deseo bastante. —Sus palabras calientan mi cuerpo a la velocidad de la luz, y una presión agradable se forma en mi vientre, mis piernas se aprietan entre sí al querer aliviar el cosquilleo que se desata en mi zona íntima.

«Yo también te deseo, mi príncipe» pienso, pero la vergüenza me impide decirlo en voz alta.

—Leo... vamos, me pones nerviosa.

—Está bien, vamos.

Salimos de la oficina y de la casa con cuidado de no hacer demasiado ruido. Caminamos juntos hacia la casa de huéspedes, donde espero encontrar a Óscar, necesito hablar con él.

—Por cierto, ¿qué ibas a decirme? —cuestiona Leonardo.

—Ah... imagino que sabes que tengo novio —digo con cautela.

—Sí, lo sé —responde secamente y me parece ver un asomo de celos en su voz.

—Quiero que sepas que no estoy con él por voluntad propia, solo es una relación concertada por nuestra mánager...

—Pero, ¿cómo puede obligarte a hacer algo que no quieres?

—Pues, básicamente, firme un contrato donde le vendí mi alma por tres años y ella tiene poder sobre todas las decisiones importantes de mi carrera, y cree que mi relación con ese imbécil es una de ella —digo fastidiada—. Pero no te preocupes, gracias a Dios me falta poco para poder romper ese maldito papel y retomar las riendas de mi vida. —Alzo mis manos al cielo dramáticamente, pues, por primera vez tengo un bello incentivo que me ayudará a soportar los meses que me faltan para concluir dicho contrato. Leonardo será mi tabla de salvación, y me aferraré a él con todas mis fuerzas.

—Esperaré paciente, nena —promete, y por alguna razón, le creo.

Mentiras PiadosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora