Óscar
Tres días han pasado desde la última vez que vi a Catalina, justo después de que pronunciara esa pregunta que no supe cómo responder: ¿Todo fue mentira? La verdad es que no lo sé. Ella confunde mis ideas y desdibuja mis límites con solo hacer ese maldito puchero caprichoso que logra mover montañas.
Me enferma lo que me hace sentir. Tengo motivos muy fuertes para odiar todo lo que Catalina representa y jamás me perdonaría el echar a perder mis planes solo por las estúpidas sensaciones que me provoca esa niña mimada y tonta.
Este tiempo ha sido confuso; por una parte, he descansado de su presencia y he podido enfocarme en los negocios que tengo atrasados desde que comencé a ser su falso guardaespaldas. Pero, por otro lado, no puedo negar que hay una absurda angustia en mi pecho que, por más que trato de alejarla, simplemente no se va. Una necesidad de tenerla cerca y de saber que se encuentra bien. Puede ser que me haya acostumbrado a protegerla y eso aún me mantiene alerta de su bienestar.
«Eso es sin duda»
La empresa de mi padre ha quedado en mis manos después de que mi hermana... murió. Sin embargo, no fue para nada fácil tender la trampa y poder entrar a la casa de Armando Rivera; me llevó meses encontrar la manera y a la persona correcta que me ayudara a acceder, y ¿quién mejor que otra persona que comparta el mismo odio que siento yo?
Llego a la casa después de haber recorrido casi 6 horas desde Madrid a Marbella, son las 9 p.m. y muero de cansancio y hambre; más temprano avisé a Pilar que regresaría hoy, así que espero que tenga lista la cena.
Entro a Los Monteros y por fin puedo divisar la hermosa vista que me da la playa frente a las residencias de lujo que hay en esta zona exclusiva de Marbella. La mansión me da la bienvenida y me es imposible no fijar mi mirada en la casa de servicio donde Catalina se encuentra encerrada; una ola de culpa me asalta pues sé que ella no tiene ninguna responsabilidad en lo que su padre le hizo a mi familia, pero no puedo darme el lujo de prescindir de ella, ya que es una pieza clave en mi venganza hacia Armando Rivera.
—Buenas noches, señor. —Pilar me recibe en la puerta de la casa principal apenas llego—. Imagino que se encuentra cansado, ¿Desea que sirva la cena ahora?
—Buenas noches, Pilar. Puedes ir sirviendo, solo me refresco y ahora regreso. —Una pregunta me pica en la garganta, pero la ignoro y avanzo hacia las escaleras con rumbo a mi habitación. La mansión es enorme y aún trato de acostumbrarme a tanto lujo.
Entro a mi recamara, desde donde tengo una vista privilegiada hacia la playa que se encuentra a escasos dos minutos de la propiedad y las olas que rompen en la orilla me hacen sentir en casa, me dan una paz a medias que solo lograré completar una vez que haya terminado con mi venganza. Observo por la ventana hacia la pequeña casa que se adentra en el jardín, y no puedo dejar de observar la tenue luz que asoma por la ventana de su cuarto... ¿habrá comido? ¿se sentirá mejor? ¿me habrá necesitado?
«Como si a mí me importara todo eso»
Tomo una ducha rápida que no logra despejar mi mente de las ansias que me queman al pensar en todo lo que se viene de ahora en adelante, y salgo de la habitación una vez que me he puesto ropa cómoda. El olor de la estupenda comida de Pilar perfuma toda la planta baja, y entro al ala de comedor, encontrando un solo plato servido en la enorme mesa que podría albergar a una familia de doce comensales. La soledad me envuelve por los treinta minutos que tardo en comer, haciéndome reflexionar sobre los últimos meses que viví en México y todo lo que pasó durante ese tiempo.
Sin duda extrañé mi patria, pero no puedo negar que una parte de mí se enamoró de aquel país lleno de cultura y tradición, pero, sobre todo, de su gente. Pienso en el pedazo de México que me he traído conmigo, y de inmediato me surge la necesidad de ir a verla. Ya parece que escucho sus frases sarcásticas, que, a pesar de todo por lo que ha pasado, nunca ha perdido ese maldito carisma que la hace tan... diferente.
Sacudo esos pensamientos de mi cabeza por la ira que desatan en mi interior, y voy a la cocina en busca de la empleada que ha formado parte de mi familia desde hace bastantes años, y a quien veo más como a un pariente que como una simple trabajadora más.
—Pilar...
—Dígame, señor.
—Deja de decirme señor, me conoces desde que gateaba, por dios —espeto con serenidad, tratando de infundirle confianza.
—Lo siento, joven Óscar —murmura estrujando sus manos entre la toalla con la que anteriormente secaba los platos—. Es solo que hace algunos años que no lo veía, ahora es todo un hombre y no sabía si le molestaría que tuviera tanta confianza con usted.
—Pues no me molesta, de hecho, me incomoda que me hables de manera formal.
—Intentaré no hacerlo, joven.
—Por cierto, ¿cómo se ha portado nuestra... invitada? —Su mirada baja al piso alertándome de inmediato.
—Es una chica muy linda, joven —asegura—. Desconozco sus motivos, y no pretendo ser una entrometida, pero..., ¿por qué debe de estar encerrada?
—¿Ha estado comiendo? —indago, ignorando por completo ese tema que no sabría por dónde empezar a explicar, además de que no le compete a nadie.
—Sí, ha estado muy tranquila, no habla mucho ¿cierto?
«Catalina, ¿tranquila y sin hablar? No me parece que estemos hablando de la misma chica»
—¿Se ha seguido sintiendo mal? —Un deje de preocupación se me escapa en esa pregunta que me ha rondado por la cabeza desde que la doctora la revisó el otro día. Catalina insinuó haber estado con el idiota de Leonardo, y ese es un tema que no he podido dejar pasar.
—No lo creo, solo la he visto muy melancólica. Cada vez que entro para llevarle su comida o asear su cuarto, la he visto sentada en el sofá mirando por la ventana hacia la playa.
Un sentimiento amargo se atora en mi pecho al escuchar eso, pues no imagino a esa joven alegre, sarcástica y llena de vida, deprimida por el encierro. No puedo evitar recriminarme el haberla puesto en esta situación. Tomé a un hermoso e inquieto colibrí y le corté las alas.
«Mientras más pronto coopere, más rápido terminará esto»
—Gracias, Pilar —pronuncio de manera ausente antes de salir de la cocina—. Descansa.
—Igualmente, joven.
Salgo de la casa y atravieso el jardín a mi derecha, pasando por la ostentosa piscina rectangular que divide el patio lateral. Un extraño nerviosismo me invade al pensar en estar frente a frente con ella después de los últimos días; aún recuerdo la manera tosca en la que la obligué a comer la noche que la vi tan decaída y adolorida.
Admito que me preocupé bastante, pues la chica siempre ha vivido rodeada de todas las comodidades, nunca ha padecido de hambre, por el contrario; me tiene impactado su manera de comer tan despreocupada. Siempre pensé que una chica perfecta como ella no comería más que lechuga y zanahoria, pero me llevé una enorme sorpresa en aquel restaurante al verla comer con tantas ganas esa pasta. El gemido de placer que profirió todavía hace parte de mis más secretas pesadillas.
Dejo de lado mis divagaciones en cuanto estoy por abrir la puerta que me separa de ella, entro a la pequeña estancia que atravieso y voy directo a la habitación -si se le puede llamar así al cuarto de tres metros cuadrados-, donde la versión de Pilar cobra sentido ante mis ojos: Catalina, sentada en el sofá, mirando hacia la playa con una calma que me cala los huesos. No voltea hacia mí cuando escucha la puerta, pero sé bien que sabe que soy yo.
—¿Vienes a visitar a tu mascota? —cuestiona sin mirarme—. O ¿ya vienes a matarme?
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Mentiras Piadosas
Chick-LitCatalina Rivera es una chica que ha nacido en cuna de oro. Hija de un importante funcionario público de la ciudad de México, jamás ha tenido que esforzarse demasiado por lograr lo que se propone. Una influencer acostumbrada a ser adorada por sus fan...