29. Ahora, o nunca

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Lina


Volver a ver a Rosy fue el mejor regalo de cumpleaños que pude recibir. Su compañía siempre ha sido la tabla que ha impedido que me hunda en el océano de soledad que hay en mi vida. Nuestra amistad comenzó, bueno, creo que nací siendo su amiga, pues, cuando mi madre me trajo al mundo, Carmen ya trabajaba para mis padres y Rosalía siempre formó parte de mi vida. Mi primer amiga, niñera y consejera ha sido ella.

Mis padres les costearon los estudios, pero por nuestra diferencia de edad, nunca pudimos acompañarnos en esa etapa. Rosy es mayor que yo por 4 años, así que, siempre fue muy por delante de mí, pero eso nunca ha sido un impedimento para nuestra amistad, y es que, más que mi amiga, yo la quiero como a una hermana mayor. Sus consejos me han servido para no cometer los típicos errores de la adolescencia, como creer en las falsas amistades que solo buscaban acercarse a mí por la fama de mis padres y mi dinero, o acostarme con el primer idiota que trató de endulzarme el oído en la preparatoria. Creo que mi virginidad se la debo a ella en un ochenta por ciento.

—Ya dime la verdad —le pido cuando nos quedamos a solas; mis guardaespaldas han salido de la casa y mi nana Carmen regresó a la cocina para terminar la cena y darnos espacio para ponernos al corriente—. ¿Por qué no te quedas aquí? ¿estás con alguien y no quieres que mi nana lo sepa?

—¡No!, para nada. —Suelta esa risita nerviosa que conozco bastante bien—. Es solo que regresé con una amiga, y fue nuestro trato que viviríamos juntas en la ciudad, además, ¿por qué debería ocultarle algo como un novio a mi mamá? Ya sabes lo obsesionada que está con que encuentre a "mi príncipe azul", que me case y la llene de nietos. —Rueda los ojos con fastidio—. Como si tener hijos fuera la única meta en la vida de las mujeres.

—¡Oye! —la reprendo—. Yo sí quiero tener hijos... bueenoo —digo alargando la palabra—. Solo después de cumplir todos mis sueños.

—A eso me refiero —concuerda—, pero ya sabes lo intensa que se puede poner doña Carmen —espeta refiriéndose a su propia madre.

—Entonces, ¿por qué no me habías dicho que estabas aquí?, ¿acaso ya me cambiaste por esa amiga que dices? —cuestiono haciendo un puchero.

—Claro que no, mi Caty, tu siempre serás mi consentida, mi bebé, mi niña mimada. —Me hace cariños apretando mis mejillas como cuando era una niña y siempre lo hacía.

—No me digas niña mimada —pido rodando los ojos—. Me recuerdas a...

—¡¿A quién?! —indaga con emoción—. ¿A un novio?

—¡¡No!! —me apuro a decir, pero esa palabra remueve algo en mi interior que me niego a dejar aflorar—. Solo al fastidioso de mi guardaespaldas.

—¡Oh! —exclama con picardía—. Por cierto, ¿de dónde sacaste a esos dos? Están muy guapos —dice sonrojándose.

—La pregunta del millón —murmuro suspirando con cansancio.

—¿Qué...?

—Es que todas mis amigas parecen no querer hablar de otra cosa que no sean mis guardaespaldas.

—Es inevitable, supongo —dice encogiendo sus hombros—. No puedes negar que llaman bastante la atención.

—Eso sí —acepto.

—Pero dime, ¿qué ha pasado para que necesites que te vigilen dos escoltas y no uno?

—La pregunta es: ¿Qué no me ha pasado? —digo derrotada.

Rosy y yo pasamos una hora conversando sobre todas mis locas aventuras y, por supuesto, no podía dejar de contarle sobre las amenazas que he recibido en estas últimas semanas; se preocupó bastante.

Mentiras PiadosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora