Lina
Después de lo que me ha parecido una eternidad, volteo hacia el exterior del vehículo solo para darme cuenta de que estamos yendo en otra dirección. La oscuridad nos envuelve, no hay semáforos, ni edificios, y no veo las conocidas calles que llevan a mi hogar.
De pronto noto el movimiento diferente del auto, al parecer ya ni siquiera transitamos sobre el suave pavimento, en cambio, el rebotar del camino me dice que andamos sobre una brecha de tierra y piedras que va cada vez más en ascenso.
—¿Óscar? —murmuro llamando su atención—. Este no es el camino correcto, ¿Estamos perdidos?
—Lo sé, vamos a otro sitio —responde con seguridad.
Mi lista de reproducción es larga, y aun así da por lo menos dos vueltas sin que lleguemos al dichoso lugar al que nos dirigimos.
—Óscar, si querías matarme, no era necesario venir tan lejos —bromeo al ver que ha pasado un buen rato y todavía no llegamos—. Cualquier callejón oscuro hubiera servido.
Por más que lucha por mantener su postura inamovible, Óscar se sacude en una risa discreta ante mi loco comentario, en lo que yo me embeleso al verlo soltar su máscara de perfección y deja asomar al ser divertido que, estoy casi segura que hay en su interior.
—Ya llegamos —dice estacionando el auto en cualquier parte, pues no hay casas, ni calles, ni un solo señalamiento que me indique en donde nos encontramos. La idea de que me ha traído aquí para hacerme daño ya no se siente como algo tan lejano de la realidad, y más bien comienza a sentirse como toda una posibilidad, cuando bajo del carro en la oscuridad más tenebrosa que había visto jamás.
—¿Estás seguro de que no vas a matarme aquí? —interrogo con temor en mi voz.
—Yo no dije eso —responde con un toque de diversión.
—¿Entonces...?
—Tampoco dije lo contrario. —Se adelanta a responder—. Tranquila, te va a gustar.
Me quedo callada ante eso, pues, de nuevo mis pensamientos han tomado otro rumbo, y empiezo a creer que la falta de sexo ya comienza a afectarme.
Mi escolta saca del auto la comida y lo que parece ser una manta, regresa hacia mí y toma mi mano para ayudarme a avanzar por el empedrado camino de terracería en que nos ubicamos.
Los tacones se clavan en la tierra y me hacen tambalearme, pero me aferro a su mano todo el tiempo. Mi visión no es la mejor de noche, culpo a la cantidad de horas que paso frente a la pantalla de mi computadora, pues me es casi imposible ver hacia dónde nos dirigimos; bien podríamos caminar justo hacia un barranco y yo caería sin siquiera enterarme. Solo me queda dejar mi vida en manos de la persona que, se supone, se hace cargo de mi seguridad, así que me dejo llevar a donde sea que él quiera, confiando ciegamente.
Poco a poco voy divisando las luces de la ciudad a lo lejos, debajo de nosotros, para ser más precisa, ya que nos encontramos en una loma desde donde se puede observar una gran parte de los edificios y viviendas que, a estas horas de la madrugada, se iluminan solo por las luces exteriores, mientras que en su interior, las personas descansan pacíficamente esperando un nuevo amanecer.
«O, eso elijo creer»
La escasa iluminación hace posible admirar el cielo nocturno en su esplendor. Las estrellas adornan el firmamento como una lluvia de brillantina y me veo suspirando ante la escena más hermosa que nunca había visto.
Es una ironía que una chica de mundo como yo, que he viajado y conocido lugares espectaculares, me conforme con ver una noche estrellada en compañía de mi guardaespaldas, comiendo comida rápida de medianoche, tirada en el suelo incómodo y puntiagudo de un lugar desconocido.
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Mentiras Piadosas
Chick-LitCatalina Rivera es una chica que ha nacido en cuna de oro. Hija de un importante funcionario público de la ciudad de México, jamás ha tenido que esforzarse demasiado por lograr lo que se propone. Una influencer acostumbrada a ser adorada por sus fan...