33. ¿Estoy soñando?

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Lina

—Si te da miedo podemos irnos —dice Óscar, después de que la maldita muñeca diabólica hizo acto de presencia en la película y terminé clavando mis uñas en su brazo—. ¿Te importaría soltarme? —me pide, señalando el lugar donde mi mano se aferra a la piel de su antebrazo.

—Oh, lo siento —me disculpo aflojando mi agarre de su piel y alcanzo a ver las medias lunas que mis uñas dejaron en esa zona. Finjo que no pasa nada y regreso mi atención a la pantalla—. No, no te preocupes, estoy bien, solo me sorprendí un poco.

—¿Segura?, creo que tu grito se escuchó hasta la taquilla. —Me lleno la boca de palomitas e ignoro su burla.

Los minutos pasan lentos conforme la película avanza en la trama, y la dichosa muñeca ya ha asesinado a medio elenco. Volteo a ver a Óscar, quien se ha quedado dormido desde hace un rato; me abandonó justo cuando se venía lo más interesante y terrorífico. No puedo creer que se encuentre tan cómodo mientras el resto de las personas gritan tanto como yo, y él tiene el descaro de insinuar que la película le aburre.

—Ó-oscar... —Sacudo su hombro despacio—. Óscar, tengo miedo —admito muy en contra de mi voluntad, pero ya me es imposible hacerme la valiente por más tiempo. No es que quiera retirarme de la función, solo necesito saber que no estoy sola en esto.

No recibo respuesta por su parte, y levanto el reposabrazos para acercarme solo un poco más a él. Pego mi hombro al suyo al recorrerme en mi butaca, pero ni así despierta. Esa maldita música de suspenso llena la sala de nuevo, como aviso de que algo fuerte se aproxima, y yo me encojo con temor, esperando el momento en el que la muñeca salga y se apodere de mi alma.

Tal y como lo predije, la escena es horrible; la pobre protagonista es arrastrada hacia debajo de la cama de manera sorpresiva y sus uñas dejan una estela de sangre sobre el piso tratando de detener su fatal destino y... no sé qué más pasa, pues me hundo en el cuello de Óscar y me abrazo a su cuerpo casi como un koala, jadeando de manera temblorosa por la impresión.

—Cobarde —susurra sobre mi coronilla, pero me acerca más a él al pasar su brazo por mi cintura, haciéndome quedar sobre su pecho.

—Maldito traicionero. —Doy un golpecito en su abdomen sin apartarme de su hombro; su perfume es adictivo, y la calidez que desprende se me antoja para pasar las noches del invierno que se aproxima.

«¿Qué demonios estoy pensando?»

—Me dejaste sola.

—¿De qué hablas?, la sala está llena.

—Pero yo vengo contigo, no con ellos.

—Está bien, perdona —se disculpa.

Me separo solo un poco, lo suficiente para poder enfocar mi atención en la pantalla de nuevo, y el resto de la película ya no me parece tan horripilante como antes.

****

—Voy a soñar con esa canción —digo al salir de la sala.

—¿Cuál? —inquiere confundido.

—Con la de la película. Ahora necesito hacer algo más divertido —pido halando su brazo como lo haría una niña pequeña.

—¿Qué propones? —cuestiona enarcando una ceja con picardía, y varias cosas pasan por mi mente, pero ninguna se puede mencionar en voz alta.

—No lo sé, sorpréndeme —digo sonriendo—. Después de todo, tú planeaste este día.

—Yo no planeé nada —murmura frunciendo su ceño, pero su falsa molestia ya no me engaña—. Solo te di un día libre de apariencias y de falsas compañías, decide tú lo que quieras hacer ahora.

Mentiras PiadosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora