Mentiras Piadosas

24. Todo lo que no puedo tener

Óscar

Mi día libre ha sido de todo menos eso, gracias a la imprudencia de los mocosos que desobedecieron mis órdenes y decidieron salir de paseo a un sitio público. Como si no se encontrara en la mira de un maldito asesino, Catalina va y se toma una estúpida fotografía que evidenció de manera viral su ubicación ante todo el mundo que forma parte de las redes sociales, que hoy en día, en verdad es todo el mundo.

Lo que debía ser un día tranquilo, se convirtió en un tormento de llamadas y más llamadas a los investigadores privados de don Armando, tratando de localizar la camioneta que originó la persecución. Tuvimos que revisar las cámaras de casi toda la ciudad, pero, por lo que veo, estamos tratando con profesionales, cosa que es todavía más preocupante. Catalina piensa que esto es un juego de niños, y que todo se debe a una broma malintencionada de alguno de sus "haters", y debo admitir que al principio yo también lo pensaba.

La tarde entera se me fue revisando grabaciones y organizando a mi equipo, dando instrucciones sobre la nueva estrategia que emplearemos para llevar a cabo de la mejor manera nuestra misión, y si bien nos va, al final de ella resultaremos victoriosos y sin ninguna pérdida que lamentar.

Antes de la hora de la cena ya muero de hambre, por lo que no espero a que la cocinera envíe mi comida; me retiro de la computadora con la vista cansada y froto mis ojos tratando de adaptarme a la luz de la cocina. El dolor de cabeza amenaza con aparecer, cuando siento una punzada atravesar mis sienes y me adelanto a ello tomando un analgésico antes de sacar lo que ocupo de la nevera.

Recién acomodo los ingredientes sobre la encimera, cuando escucho que alguien toca la puerta:

—Adelante —digo sin muchos ánimos. Espero que sea la empleada con mi cena, aunque no me disgusta preparar mis alimentos, y en verdad es algo que disfruto hacer, en este momento me facilitaría la vida solamente comer algo rápido y retirarme por fin a descansar.

Todas mis esperanzas de una noche tranquila se desvanecen cuando siento el aire llenarse del agradable, y al mismo tiempo maldito aroma de Catalina. No necesito voltear hacia ella para saberlo, pues, hasta el ambiente cambia cuando estoy ante su presencia.

—Hola —pronuncia con timidez.

Volteo a verla por reflejo, y ¡maldita sea!, se ve hermosa con ese vestido casual y sin tanto maquillaje, sus pies adornados por unas sencillas sandalias, nada que ver con la apariencia pretenciosa que porta la mayoría del tiempo. Regreso mi vista a la encimera y comienzo a picar los vegetales, solo por tener algo más que hacer que verla como un idiota. Las patatas me llevaran todo el tiempo que ella requiera para decir lo que sea que haya venido a decir, e irse de una buena vez y dejarme de nuevo a solas.

Catalina murmura una vacilante disculpa por la tontería que cometió en la mañana, y yo respondo automáticamente, desviando mi atención de ella hacia Huerta.

«¡Joder! Solo vete y déjame tranquilo»

En contra de todo lo que espero, ella se acerca buscando algo en los gabinetes junto a mí; tiene buena estatura, pero aun así le es difícil llegar a ellos, por lo que tiene que pararse de puntillas para alcanzar lo que sea que esté buscando. No puedo evitar que mis ojos se fijen en la manera en que su vestido se sube un poco al estirarse, y sus lindas y delicadas piernas se asomen a mi vista, pero hago acopio de toda mi fuerza de voluntad y me resisto a mirarla, me enfoco en lo que estoy haciendo...

«¿Qué estaba haciendo...?, oh, sí, las patatas»

Seguimos conversando sobre la culpabilidad del imbécil de Huerta que, no sé por qué razón, ahora me molesta el siquiera pensar en él. Me fastidia tenerlo cerca, y más aún, verlo cerca de Catalina. En estos días se han acercado mucho más de lo que esperaba, cuando pensé en traerlo para enfocar la atención de la chica en él y no en mí; ahora no sé si hice lo correcto.