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GINNY OBSERVABA CON frustración el mapa que había hecho con la tierra del suelo y un palo

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GINNY OBSERVABA CON frustración el mapa que había hecho con la tierra del suelo y un palo. No encontraba formas de hacer esto mejor o más fácil para los semidioses.

Mientras Leo estaba explicándole a Frank cómo evitar ser decapitado por su propia esfera de Arquímedes cuando un sonido de trompetas reverberó en todo el estadio. El carro de Niké apareció en el campo, con las Niketas dispuestas delante de ella con las lanzas y los laureles en alto.

—¡Empezad! —gritó la diosa.

Percy y Leo cruzaron el arco corriendo. Enseguida el campo relució y se convirtió en un laberinto de muros de ladrillo y trincheras. Se agacharon detrás del muro más cercano y corrieron a la izquierda. En el arco, Frank gritó:
—Ejem, ¡mueran, escoria graeca!

Una flecha mal lanzada pasó por encima de la cabeza de Leo.
—¡Más crueldad! —gritó Niké—. ¡Matad a todo el que se mueva!

Leo miró a Percy.
—¿Listo?

Percy levantó una granada de bronce.
—Espero que no te hayas equivocado con las etiquetas de estos cacharros.

Gritó: « ¡Mueran, romanos!» y lanzó la granada por encima del muro.
¡BUM! Un olor a palomitas de maíz con mantequilla invadió el aire.

—¡Oh, no! —dijo Ginny gimiendo—. ¡Palomitas de maíz! ¡Nuestra debilidad fatal!

Frank disparó otra flecha por encima de sus cabezas. Leo y Percy se dirigieron a la izquierda gateando y se escondieron entre un laberinto de paredes que parecían moverse y girar por su cuenta.

En algún lugar detrás de ellos, Niké gritó:
—¡Esforzaos más! ¡Esas palomitas de maíz no han sido fatales!

Otra granada estalló por encima de las cabezas de Percy y Leo, que se tiraron a una trinchera mientras la explosión verde de fuego griego chamuscaba el pelo de Leo. Por suerte, Frank había apuntado lo bastante alto para que el estallido solo pareciera impresionante.

—Eso está mejor —gritó Niké—, pero ¿dónde está tu puntería? ¿No quieres la corona de laurel?

—Ginny, eh, Ginny. Dame otra granada —pidió en murmullos Zhang.

—Sí, sí —suspiró ella mientras le daba lo que pedía.

—¿Sucede algo?

—No, no, lo principal es--

—La misión, sí, lo sé.

Pronto escucharon la voz de Leo gritar:
—¡Eh, Culo de Bronce!

La Niketa se volvió al mismo tiempo que Leo lanzaba la herramienta. El martillo rebotó con estruendo en el pecho de la mujer metálica sin causarle daños, pero debió de molestarla. Se dirigió a él resueltamente levantando su corona de alambre de espino.

PRESSURE - leo valdezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora