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Draco estaba almorzando en un bar mágico que dejaba ver por los ventanales las enormes pirámides de Giza y la esfinge. Egipto era el segundo país que recorría en aquel improvisado viaje solitario que había emprendido. Estaba en contacto con su madre y con Theo, el cual era bastante insistente y prefería mantenerlo contento.
Iba a pedir un café para después de la comida, cuando su lechuza aterrizó en la mesa.

- A ver quién...-murmuró mientras desataba la carta de la pata del animal.

Era de Theo. Le preguntaba trivialidades de Egipto y cuestionaba cuándo volvería. Pero sin leer la totalidad del texto, el nombre de Astoria resaltó ante sus ojos casi como si estuviera danzando en el pergamino. Eran dos líneas. La primera decía:

" No me preguntes de qué, pero tu madre ha pedido a Astoria que vaya a hablar con ella."

Eso sí le impactó. ¿Qué tendría que hablar su madre con Astoria, si ya él había dejado en claro que no se hablaban? Bufó.
La segunda línea, una posdata, le hizo gracia y a la vez lo confundió.

"Dice Astoria que por favor tomes algo de sol Egipcio."

¿No era que había que hacer como si el otro no existiera? Y ahora está enviando mensajes a través de Theo.
El rubio se frotó la sien e hizo un movimiento con la cabeza cuando le trajeron su café. Miró el paisaje y no pudo evitar pensar en que a Astoria le gustaría mucho y seguro se tiraría el día buscando animalejos propios de la región, o queriendo hacerse una foto montando la esfinge.
Se rió ante aquel pensamiento y apuró su café para poder recorrer la feria mágica oculta detrás de la pirámide de Keops.

Una vez allí, comenzó a caminar por una fila larga de puestos bastante sencillos, con telas como techos para cubrirse del sol. A mitad de camino tuvo que detenerse y mirar hacia todos lados, pues un aroma muy familiar llegó hasta él. Y lo reconoció al instante: era el perfume de Astoria. Volvió a mirar a su alrededor en busca de la chica pero no la encontró, aunque el perfume era intenso como si la castaña estuviera parada frente a él.

- ¿Algún aroma ha captado su atención, joven? -preguntó una mujer parada detrás de una tienda.

Draco la observó con una ceja alzada, y echó un vistazo a lo que vendía. Una serie de botellas con líquidos dudosos, algunas estatuillas, y en la fila de adelante, velas. ¿Una vela que casualmente tuviera el perfume de Astoria? Difícil de creer.
Se acercó al puesto y la mujer sonrió con picardía.

- Toma una vela y siente su aroma. -indicó la vendedora, con un gesto de la mano.

El chico dudó pero lo hizo, y definitivamente, aquella vela olía como el perfume de Astoria. Y muy fuerte.

- ¿Qué es esto?

- Una vela que no tiene aroma.

Draco chasqueó la lengua.

- Créame, esto tiene perfume.

La mujer soltó una risita.

- La vela no tiene perfume, querido. Tiene unas gotas de amortentia. Asique, para cada persona que pase, huele diferente.

El joven dejó la vela en su lugar, algo molesto. Dió media vuelta y siguió recorriendo el lugar. Maldijo en voz baja, incapaz de creer que no pudiera librarse de pensar en la chica ni siquiera yéndose a África. Estaba queriendo tomar las riendas de su vida, pero el asunto con Astoria era algo que no podía (o más bien no sabía cómo) controlar.
Casi al final de la feria, encontró un anillo que le hizo pensar en su madre, asique lo compró, pensando en enviárselo a la mujer en su próxima carta. Volvió sobre sus pasos para irse, y pasó nuevamente por el puesto de las velas. Siguió su camino un par de metros pero acabó por volver y comprar la maldita vela.

Draconem et ReginaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora