El aire denso del callejón se impregnó del penetrante olor metálico de la sangre. Mis manos temblaban, el frío me calaba hasta los huesos, pero no era el clima... era el terror.
Frente a mí, el asesino se incorporó lentamente, su silueta oscura recortada contra la tenue luz del farol más cercano. Su máscara, una carcasa sin alma, se giró en mi dirección, y aunque no podía ver sus ojos, sentía su mirada devorándome. En su mano derecha, la daga aún goteaba espesa, cayendo en pequeños charcos oscuros que se mezclaban con el cuerpo sin vida del repartidor de pizzas.
Mis pensamientos eran un caos. Corre. Corre, Alice. Pero mis pies estaban clavados al suelo. Mi respiración era errática, mis latidos golpeaban mi pecho como tambores de guerra. Intenté mover una pierna... nada. Otra... nada. Estaba atrapada en mi propio cuerpo, presa de un miedo paralizante.
El asesino avanzó, con pasos lentos, controlados, disfrutando de mi impotencia. La adrenalina me dio un último empujón y, en un chispazo de supervivencia, logré girar sobre mis talones y huí.
Corrí.
El viento frío chocaba contra mi rostro mientras me adentraba en el campus desierto. Miré sobre mi hombro y lo vi: venía detrás de mí, con la daga en alto, su carrera ligera y silenciosa como si el suelo no existiera bajo sus pies.
—¡AYUDA! —grité con todas mis fuerzas—. ¡POR FAVOR, ALGUIEN!
Mi garganta ardía, cada aliento me quemaba los pulmones. No hay nadie. No hay nadie. La desesperación me empujó hacia la biblioteca. Las puertas... si las cierro... si me escondo...
Llegué, forcejeé con la puerta, la cerré de golpe y puse todo mi peso contra ella. Mi pecho subía y bajaba frenéticamente. No puede entrar... no puede entrar...
De pronto, una luz me cegó.
—¿Qué hace aquí? —dijo una voz firme.
El haz de la linterna reveló al guardia nocturno, un hombre robusto con una expresión de irritación.
—La biblioteca está cerrada, señorita. No debería estar aquí. ¿Qué está pasando?
Intenté hablar, pero sólo salió un sollozo ahogado. Mi cuerpo entero temblaba. Llevé una mano temblorosa a mis labios, intentando contener el llanto. El guardia frunció el ceño y, con una mezcla de preocupación y confusión, se acercó a mí, colocando una mano firme en mi brazo.
—Venga, siéntese. Dígame qué ocurre.
El golpe fue tan brutal que la puerta prácticamente estalló en astillas.
El hombre de la máscara estaba allí, en el umbral, con la silueta cortada por la luz de la calle.
El guardia reaccionó al instante, iluminándolo con la linterna.
—¡¿Quién demonios eres?! —exclamó, dando un paso al frente.
El asesino no respondió. Su cabeza se inclinó ligeramente, como un depredador analizando a su presa. Luego, sin previo aviso, se lanzó.
El cuchillo rebanó la garganta del guardia en un solo movimiento.
Los ojos del hombre se abrieron de par en par. Su linterna cayó al suelo, rodando con un destello oscilante. Su mano temblorosa se posó en su cuello, intentando detener la hemorragia, pero la sangre escapaba a borbotones entre sus dedos.
Un sonido gorgoteante, un jadeo agónico... y cayó de rodillas.
—¡NO! —grité, retrocediendo aterrorizada.
El asesino lo miró con indiferencia. Luego, con la misma calma con la que había caminado hacia mí en el callejón, hundió la daga en su ojo.
El guardia cayó sin vida sobre un charco carmesí.
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Masked Desperation
TerrorDespués de una fatídica noche, Rosville es amenazada por un sujeto misterioso con una máscara. Alice Burke y sus amigos se verán involucrados en estas olas de asesinatos; ellos intentarán sobrevivir mientras descubren y detienen al de la máscara ¿Po...
