Parte 26

6 2 20
                                        

Nos movíamos entre los escombros y la suciedad que cubría la planta baja de la mansión. La penumbra lo engullía todo. Solo el débil haz de nuestras linternas iluminaba el polvo suspendido en el aire, como si el tiempo dentro de este lugar se hubiera detenido hace décadas.

Cada paso crujía sobre los restos de madera podrida y fragmentos de vidrios rotos. El eco de nuestras respiraciones era lo único que rompía el silencio, junto con algún que otro susurro del viento colándose entre las grietas de las paredes. Pero había algo más...

Un peso invisible.

Una presencia que acechaba en la oscuridad.

Manteníamos la formación cerrada, protegiéndonos las espaldas unos a otros. Era un instinto primario, la sensación de que en cualquier momento algo —o alguien— saltaría desde las sombras para despedazarnos.

Megan resopló, cruzándose de brazos mientras caminaba con seguridad. Su voz cortó la tensión del ambiente.

—Sigo creyendo que fue una pésima idea separarnos —murmuró con desagrado.

No podía culparla. Yo también lo creía.

—Vamos, Megan. Un poco de positivismo, ¿no? —intentó bromear Ben, esforzándose en mantener el control del grupo.

Megan se detuvo en seco y puso las manos en su cintura. Su tono sarcástico reverberó entre las paredes descascaradas de la mansión.

—¡Oh, señor asesino! Ven a matarme. Soy una chica indefensa y positiva ante la situación —exclamó, fingiendo inocencia mientras miraba alrededor.

La observé en silencio. A pesar de su sarcasmo y dureza, había miedo en su mirada. Como si su única manera de afrontarlo fuera burlándose de ello.

Scott soltó una carcajada baja.

—Al menos vas a morir feliz, Megan. Es lo que el señor positivismo quiere.

Ben los fulminó con la mirada. Su paciencia se estaba agotando, y cuando habló, su voz tenía un filo cortante.

—Bien. Ríanse todo lo que quieran. Tómenlo como una broma. Yo solo intento que no entremos en pánico.

—Ya, chicos. No es momento de discutir —intervine, revisando en mi mochila hasta encontrar la linterna que había guardado antes de salir del departamento.

Y entonces, un ruido.

Un golpe seco.

Algo se movió en lo más profundo de la mansión.

Los cuatro giramos al instante hacia la dirección del sonido, apuntando nuestras linternas. Pero no había nada. Solo oscuridad.

Mi pulso se disparó.

Sabía que no estábamos solos.

Ben fue el primero en reaccionar. Se acercó a una gran puerta de madera marrón con pomos dorados. Tenía un diseño tallado en su superficie: dragones entrelazados en una danza macabra. Con cautela, tomó la perilla y la giró lentamente.

La puerta cedió con un quejido prolongado.

La biblioteca.

El interior era enorme, con estanterías cubriendo cada centímetro de las paredes. A pesar del abandono, los libros seguían ordenados, como si alguien aún los utilizara. Otros yacían en el suelo, dispersos al azar. Al fondo de la habitación, un viejo escritorio se alzaba bajo la luz tenue de una lámpara rota.

Scott, sin esperar, empujó a Ben a un lado con un golpe de hombro y entró.

—¡¿A dónde demonios vas, Scott?! —se quejó Ben, frotándose el hombro.

Masked Desperation Donde viven las historias. Descúbrelo ahora