Parte 42

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El eco de mis pasos retumbaba sobre las tablas polvorientas del escenario, y cada pisada me acercaba más a lo inevitable. Me detuve justo en el centro, donde tantas veces soñé con actuar, donde tantas veces imaginé los aplausos... pero hoy no había público, solo muerte. Miré hacia la oscuridad que envolvía el teatro y grité con todas mis fuerzas, con cada partícula de dolor, rabia y agotamiento acumulados.

—¡Sal de una maldita vez, cobarde! ¡Ya basta de juegos! ¡Muéstrate! ¡Ponle fin a esta pesadilla! ¡Has causado suficiente dolor!

Mi voz se quebró al final. Mis piernas temblaban, pero me mantuve firme. Las luces colgaban como cadáveres dormidos sobre el escenario, y desde los altavoces, rompió el silencio esa risa...

Esa maldita risa.

Era como un cuchillo oxidado atravesándome el pecho. Era burlesca, como si se deleitara en nuestro sufrimiento.

—¿Qué carajos tiene de gracioso? —preguntó Ian con el ceño fruncido.

—Cállate —murmuró Megan entre dientes, dándole un codazo.

Aaron me miró desesperado. Su voz sonó débil, casi suplicante.

—Alice... no lo provoques así, por favor...

—Estoy cansada, Aaron. ¡Estoy tan cansada! —solté con voz temblorosa—. Es hora del final, ¿no? El acto final. La hora de pagar los pecados, como él dice.

Y como si mis palabras fueran una orden, las luces se apagaron.

Gritos. Pisadas rápidas. Jadeos. Un par de sollozos ahogados. Todo volvió a la oscuridad, una vez más. La misma oscuridad donde habíamos perdido tanto. Mi corazón golpeaba con tanta fuerza que podía jurar que cada latido hacía temblar el suelo.

Entonces, de golpe, las luces se encendieron.

Y ahí estaba.

De pie, en la entrada del escenario. El cuerpo delgado y alargado cubierto por su suéter sangriento. El cuchillo colgando de su mano como si fuera una extensión de su alma podrida. La máscara de la sonrisa distorsionada me devolvía la mirada. No era humano. Era un monstruo.

—¡Ya basta! —le grité—. ¡Ya sabemos quién eres! ¡Te llamas Jason! ¡Y todo este juego estúpido se acabó!

Mis palabras fueron lanzas. Lo vi dar un paso. Luego otro. Caminaba directo hacia mí. Megan se tensó y me susurró:

—Alice, no... no creo que debas seguir provocándolo así...

—¡Revélate! —le grité ignorándola—. ¡Muéstrate! ¡El juego terminó! ¡Es hora de acabar con esto!

Él se detuvo. Su risa ahora era un chillido psicótico que se colaba por los rincones del teatro. Y entonces habló.

—Está bien... es hora de pagar pecados...

Esa voz...
Esa maldita voz...

Mi piel se erizó. Me sentí mareada. Su tono... lo conocía. Mis labios se movieron solos.

—Eres tú... no... no puede ser... ¡tú no!

Entonces las puertas se abrieron violentamente.

—¡BEN! —grité al verlo entrar corriendo, decidido, con los ojos llenos de furia.

Pero el destino no nos da tregua.

Un crujido. Una madera floja. Un maldito sonido. Bastó eso. Mister SadGuy o Jason, o como demonios se llame giró, lo vio... y fue todo tan rápido...

¡Tres cuchilladas!

—¡NOOOOO! —grité hasta desgarrarme la garganta.

Ben cayó de rodillas, escupiendo sangre. Extendió su mano hacia mí.

Masked Desperation Donde viven las historias. Descúbrelo ahora