Parte 27

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Perspectiva de Melissa Moore

El ambiente a mi alrededor se cerró como un puño opresivo cuando mis ojos se encontraron con los suyos. O mejor dicho, con la fría, inexpresiva y terrorífica máscara blanca que cubría su rostro.

Por un momento, mi cerebro se negó a procesar lo que estaba viendo. Tal vez era un truco de la mente, un juego de sombras. Pero no... el asesino estaba ahí, parado frente a mí. Real. Vivo. Y lo peor de todo: iba a matarme.

Un frío helado se deslizó por mi espalda, dejando mi cuerpo rígido como piedra. Todo el aire se quedó atrapado en mi pecho y mi piel se erizó con un miedo tan absoluto que ni siquiera podía moverme.

"Así que hasta aquí llego..."

No en una cama cálida, no rodeada de mis seres queridos. No en una muerte rápida e indolora. Iba a morir aquí. En un sitio olvidado, sucio y polvoriento, con el hedor a humedad y madera podrida impregnado en el aire.

Mi funeral, si es que alguna vez encontraban mi cuerpo, seguramente sería deprimente.

El asesino levantó su brazo y, en su mano enguantada, un cuchillo brilló a la tenue luz que se filtraba por la puerta entreabierta.

Mi corazón dio un salto violento en mi pecho.

El filo descendió.

¡No pensé!

En un acto desesperado, me lancé al suelo de cuclillas.

El cuchillo pasó a escasos centímetros de mi cabeza y se clavó con un sonido seco en la puerta de madera.

Mi respiración era un torbellino caótico de jadeos cortos y entrecortados. Mi cuello, tenso de la impresión, dolía al intentar girarlo.

No había tiempo para sentir alivio.

Me tiré al suelo de inmediato y comencé a gatear con una rapidez que ni siquiera creía posible, alejándome a toda prisa. Mi ropa se impregnó de polvo y suciedad, mis manos y rodillas arañaron astillas y escombros, pero nada de eso importaba.

Tenía que salir de ahí.

Pero entonces un tirón brusco en mi pierna me arrastró hacia atrás.

—¡Aaaaaaaah... suéltame! —grité con toda la fuerza de mis pulmones, mi voz rebotó contra las paredes mugrientas, pero no hubo respuesta.

Mi otra pierna se sacudió en el aire, dando patadas frenéticas, intentando golpearlo. Nada funcionaba.

El piso rugoso raspaba mi piel mientras el asesino me jalaba más cerca de él. Mi abdomen chocó contra el suelo, arrancándome un jadeo de dolor. Me estaba arrastrando como si fuera un simple objeto.

—¡No, no, no, no! —chillé con la garganta ardiente, sintiendo cómo mi espalda se deslizaba sin remedio a través del polvo y la suciedad—. ¡Aaaaaaaaah, acabo de alaciar mi cabello!

No sé por qué dije eso. Tal vez porque mi cerebro, en su desesperación, trataba de aferrarse a lo más absurdo e insignificante. Como si eso pudiera hacer que esto no estuviera pasando.

Pero sí estaba pasando.

Antes de poder reaccionar, el asesino se dejó caer sobre mi abdomen, todo su peso me aplastó como un yunque, arrancándome el aire de los pulmones.

Mis costillas crujieron.

Mis manos volaron a su torso, empujándolo con todas mis fuerzas, pero era inútil. Era demasiado fuerte.

Y luego...

Sus manos.

Cubiertas con aquellos guantes de cuero con los dedos descubiertos.

Masked Desperation Donde viven las historias. Descúbrelo ahora