19. El mesajero secreto

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Sentí la luz chocar en mi rostro antes de abrir los ojos, Tom ya se encontraba despierto, observándome con detención

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Sentí la luz chocar en mi rostro antes de abrir los ojos, Tom ya se encontraba despierto, observándome con detención. Era la primera vez que no tenía pesadillas.

–Te vez linda cuando duermes–Quitó uno de los mechones que estorbaban en mi cara, con una sonrisa pequeña.

–¿Desde hace cuánto que me estas viendo?–Sonreí ligeramente ante el halago.

–Unos diez minutos, creo que verte se convirtió en mi nuevo hobby.–Un sonido particular se escucho desde su estómago.–Aún me debes el desayuno.

–Te haré el desayuno, pero me ayudarás–Tomé su mano para sacarlo de la cama.–¿Quizás wafles? ¿O huevo con tocino?.

–Amelie...–Rodó los ojos y yo me reí sin pena alguna.

–Wafles serás.

Bajamos hasta la primera planta, extrañaba encontrar a mi hermano desayunando, o leyendo el periódico mientras bebía café. Sin mi padre, ahora las cosas eran más complicadas para mí.

Saqué las cosas necesarias apenas entre a la cocina. Tom me observó en todo momento sin entender para qué utilizaría huevos en la harina. Ya comprendia porque su hermano y él pedían comida rápida a diario.

–¡¡Te vas a terminar la harina!!–Un molesto chico de rastas comenzó a lanzarme el polvo en la cara como un medio de diversión.

–Creó que te ensuciaste–Mostró su dentadura con burla, mi momento para actuar había llegado.

Me acerqué lentamente a sus labios, notando su repentino silencio. Acerqué mi mano a la harina, y antes de plantar un beso en sus labios, le lancé el polvo en la cara.

–¡¡Eso es injusto!!–Tosió repetidas veces mientras se limpiaba.–Pero todavía quiero un beso...

–Pues yo no.–Me di la vuelta, me gustaba molestarlo.

Sentí una fuerte presión en mi muñeca, rápidamente me acorralo en la mesa.

–¿Perdona?

Jamás dejaría de sentirme nerviosa, no cuando dos centímetros me separaban del cuerpo de Tom. Su estatura marcaba intimidación constante.

Él tomó mis muslos sin decir nada y me sento sobre la mesa, yo jale su camisa con el propósito de acercarlo por completo. El sabor de sus labios impregnó mi paladar, eran suavecitos y tibios. Me gustaba la manera en la que me tocaba, en la que tomaba el control de la situación.

Nos separamos al escuchar un fuerte estruendo. El plato en donde estaba la harina se rompió gracias a mis manos inquietas.

–Tiraste la harina...–Ambos fijamos nuestros ojos sobre los vidrios rotos.

–En ese caso, salgamos a desayunar–Enrolló sus brazos en mi cintura, con una mirada calida.

–Bueno, pero primero limpia eso–Empujé su pecho y me baje de la mesa, notando su expresión ofendida.

𝐔𝐧𝐚 𝐬𝐨𝐥𝐚 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐬𝐢ó𝐧; 𝐓𝐨𝐦 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 (EDITING)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora