🚞|04|🚞

874 77 63
                                    

Capítulo 4:  Snow at Argenteuil

Charlie emitió un gruñido propio de una criatura del inframundo, manipulando los joysticks del mando con salvajismo. Hice que mi personaje se agachase antes de asentar el golpe letal, con una sonrisilla de suficiencia ensayada en los labios.

—¡No es justo! —se airó el chico, poniéndose en pie—. Se supone que ese combo ni siquiera existe.

Alcé los hombros, prepotente.

—Y, sin embargo, existe. Lo llamo el destroza Georgies.

Charlie silbó impresionado por lo bajo, tomó asiento de nuevo y asintió un par de veces para sí misma. En la pantalla del televisor se desplegaron las estadísticas de la partida y las contempló, analítico. Lo cierto es que había desperdiciado una cantidad ingente de horas jugando a ese videojuego con mi hermano. Derrotarlo en el mundo virtual era de los escasos beneficios que aún me quedaban después de su interés. Y para ello me entrenaba regularmente, en los ratos muertos, cada vez que iba a casa.

Después aplastaba a Charlie, que me profesaba una especie de respeto místico por eso. Charlie no respetaba a las personas, por norma general. Solo éramos unos pocos afortunados lo que contábamos con semejante privilegio.

—Enséñamelo.

—Oh, Charlie, eso no te va a salir gratis, lo sabes, ¿no? —dije, inclinándome hacia la mesa para recoger el botellín de cerveza. Bebí a morro antes de exhalar un profundo suspiro de satisfacción—. Necesitaré algo a cambio.

El chico entrecerró los ojos, sospechando de mis intenciones, sopesándome con frialdad. Era de complexión fibrosa, muy alto, pero de espalda estrecha. Jugaba en el equipo de vóley de la facultad, aunque era incapaz de recordar en que posición lo hacía. Tenía unos pómulos afilados y una mata de pelo como la de Hugh Grant en todas las comedias románticas de los noventa.

—¿No te fías de mí? —interrogué, cuando transcurrió más tiempo de aquel silencio hermético.

—¿Debería? —devolvió, con ese acento cerrado que indicaba que no era de la capital.

—No, puede que no. Pero si quieres aprender este combo que no aparece en ningún manual, tendrás que hacerlo. Haz el informe de riesgos e infórmame de tu decisión. Te advierto que es una oferta por tiempo limitado.

Una sonrisa traviesa rompió su gesto adusto.

—Eres perversa.

—Ajá. Mientras te lo piensas juguemos otra partida. Me aburro —declaré, con el labio inferior pegado a la boca del botellín. Di otro trago, atrapando las gotitas con la lengua. Empezaba a notarme achispada—. Estos están tardando demasiado con las pizzas.

—Ya, seguro que Warren se ha puesto a desvariar acerca de porqué Xavier debería abstenerse de pedir extra de anchoas —dijo, rodando los ojos con evidente fastidio.

—Si preocuparme por la salud de mis compañeros de piso es un crimen, espósame —declaró Warren, haciendo acto de presencia en la entrada.

Era curioso el sigilo que se gastaba, con su envergadura de armario ropero. Xavier entró detrás de él e instantáneamente mi sonrisa se amplió.

—Yo nunca haría tal cosa. Porque seguro que te van esos rollos. Los maniáticos del orden suelen ser los más raritos en tema de cama —expresó Charlie, con mueca de fastidio.

Warren posó una mano en su cadera. En el otro brazo llevaba cuatro cartones con pizzas que podía oler desde mi posición. Xavier cargaba la bolsa con los aperitivos. Se deslizó, esquivando la indignación de su compañero de piso y fue hasta mí.

Donde duermen los trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora