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Capítulo 40.

Me despertó el frescor sobre la piel. Al igual que la noche anterior había caído rendida sin llegar a soñar en absoluto. Cuando abrí los ojos me topé con los de Jamie ya puestos sobre mí y se me escapó una sonrisa. Guiñé un poco uno al bostezar con amplitud.

—¿Qué hora es?

—Pronto —respondió él, con esa voz ronca de recién despierto—. Acaba de amanecer.

—¿Y cuánto tiempo llevas despierto? —interpelé, con calma.

—Muy poco.

—¿Y has estado observándome ese tiempo?

Sus labios trazaron una sonrisa divertida.

—Sí.

—Entiendo —. Asentí y me giré un poco. Jamie recolocó los brazos para permitirme el movimiento, pero no me soltó en ningún momento. Mi móvil estaba sin apenas batería—. Las cinco. Vaya. Quedan un par de horas para que mis padres se despierten.

—¿Quieres que me escabulla por la ventana? —susurró, muy próximo a mi oído.

Me estremecí sin poder remediarlo y se me erizó la piel de la nuca.

—No lo decía por eso —declaré, mirándole por encima del hombro—, pero creo que es prudente que, al menos, nos vistamos.

Jamie hizo un ruidito con la garganta que volvió a sacudirme por dentro. Enterró la boca en la curva de mi cuello y su respiración terminó de destrozar lo que me quedaba de entereza. Sus manos vagaron por mi piel, despacio, colándose por debajo de la holgada tela.

—Tienes razón.

—¿En serio? —Pregunté, divertida cuando no hizo ni el amago más diminuto de soltarme. Por el contrario, sus dedos seguían trazando delirantes itinerarios por mi piel. ahuecó su mano sobre uno de mis pechos y pude sentir su sonrisa contra mi piel—. no se te ve mucho por la labor.

—Sigo un poco amodorrado —reconoció—, me cuesta ser razonable.

—Ah.

No era muy elocuente por mi parte, pero un suspiro me interrumpió. Me relamí los labios, luchando por mantener la mente despejada cuando jugueteó con mi pezón entre sus dedos. Todo mi cuerpo reacciona y respondía a su toque.

—¿Has dormido bien? —dijo, sin despegar los labios de mi piel, subiendo un poco hasta besarme detrás de la oreja.

—Sí, no recuerdo si quiera haberme quedado dormida, ¿y tú? —. Empujé el culo para darme la vuelta. Jamie subió la mano para acariciarme el pelo—. ¿Cómo estás?

Tenía los ojos cerrados y el rostro muy relajado.

—Bien. Gracias a ti.

—No tengo todo el mérito.

Abrió los párpados despacio.

—Te lo digo solo porque creo que te viene bien escucharlo —advertí—, aunque lo sabes. Y si no, deberías. Eres una persona muy fuerte, Jamie. Y fuiste muy valiente anoche al sincerarte conmigo. Lo aprecio mucho.

Permaneció unos segundos en silencio, como meditando.

—Hay cosas que aún no te he contado.

—¿Cómo por ejemplo?

Se encogió de hombros. Me despeinó una ceja con el pulgar en un gesto distraído.

—Como por ejemplo... tengo algunas conductas que me cuesta controlar a veces. A raíz de lo que ocurrió con mi padre y la sensación de descontrol que predominó después estuve mucho tiempo sin sentir nada. Me pasaba los días apático. Seguía haciéndolo todo: comía, bebía, estudiaba y me relacionaba con la gente de mi alrededor, pero en el fondo de mí... solo había vacío, una insensibilidad desagradable. Y... —Suspiró—, empecé a ducharme con agua muy caliente hasta hacerme daño o me quedaba más tiempo de la cuenta bajo el mar si una ola me tiraba, hasta que los pulmones me ardían. Hablé de ello con la psicóloga, al principio. Mejoró y después volvió a pasarme.

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