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*la canción no tiene que ver pero estoy de luto porque el dado no cayó donde debía (dijo ella, que adoraba cada una de las canciones xd)

Capítulo 14.

La determinación era un sentimiento curioso. O al menos eso me pareció a mí, mientras hacía chirriar la suela de mis botas de goma en la alfombrilla del taxi que me llevaba al piso de Xavier. No aplacaba las demás emociones, o acallaba las dudas, ni siquiera permanecía inmutable, sino que retrocedía, aflojaba y después arremetía como una ola contra las reticencias. Y vuelta a empezar.

Quizás se debía a que me había criado al lado del mar y mi mente estaba demasiado acostumbrada a hacer ese tipo de metáforas. Quizás era un problema mío, solo mío y en otros la determinación sí es lo que promete ser.

Tomé aire por las fosas nasales, despacio. Llevaba todo el trayecto concentrándome en mi respiración, en el repiqueteo de las gotas de agua contra las ventanas del vehículo, en el murmullo apagado de la radio del taxista. Procuraba, en la medida de lo posible, no transitar mi propia mente, repleta hasta los topes de pensamientos que podrían incitarme a dar marcha atrás.

El taxista se detuvo frente al bloque de edificios de Xavier y, al percatarse que no me apeaba, se giró, con el ceño fruncido y una expresión adusta. Me ladró el importe sin un ápice de compasión.

Le di un par de billetes arrugados y bajé del coche, con ganas de reír. Al menos sus escasos modales me habían servido para bajarme y no tomar la posibilidad de pedirle que continuase hasta mi casa.

Me ayudó a bajar la maleta y se despidió con un impersonal «buenas noches».

Toqueteé los bolsillos de mi anorak con los dedos. Haría un par de meses Charlie extravió sus llaves y tuvo que pedir una copia. A los pocos días encontró su juego viejo y de una forma muy natural me agencié el sobrante. Así era más fácil. Prácticamente residía en el apartamento y de esa manera no tenía que depender que alguno de ellos estuviera en casa y no obligaba a ninguno de ellos a estar pendiente de mí.

Supongo que jamás imaginaron que pudiera usarlas para algo así.

Para presentarme sin avisar y desenmascarar la mentira que nunca resultó creíble.

Presioné los labios en un mohín, abriendo la puerta del portal. Llevaban meses riéndose de mi inteligencia, porque la farsa no se sostenía. Y, si lo hizo durante tanto tiempo, es porque yo misma decidí mirar en otra dirección.

Había dado dos míseros pasos en el interior del silencioso descansillo cuando las piernas me fallaron. Me detuve, empuñando con tanta fuerza el asa de la maleta que se me clavaron mis propios anillos en la piel. Volví a centrarme en mi respiración. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Y vuelta a empezar. Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Las luces automáticas se apagaron, dejándome en la penumbra, todavía inmóvil.

Vete.

Sigue.

Solo un poco más.

Me enfermaba sentirme tan indecisa. Me enfermaba arrastrar todo ese miedo que le había mencionado a Jamie y que actuaba como un ancla que me mantenía en el sitio. Mi posición de novia cornuda era cómoda. Imposible de sobrellevar, pero mejor que la otra opción.

¿Mejor?

Me tragué un grito de frustración que me laceró la garganta y pateé la maleta para ponerme en marcha. Las luces se encendieron con un chasquido y el traqueteo de las ruedas me acompañó hasta el ascensor. Tuve otra pequeña crisis antes de presionar el botón del piso. Y otra más al salir del ascensor. Era una batalla tras otra y todo por culpa de mi ondulante determinación.

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