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Capítulo 30.

Mi verano apocalíptico no inició con una plaga de langostas.

De hecho, después de aquella excursión en la playa todo procedió con normalidad.

Había transcurrido toda una semana sin incidentes similares. Era un buen precedente. Me lo tomaba como que la situación se había estabilizado.

Tal vez solo era la calma antes de la tormenta.

Nos hicimos a una rutina bastante sencilla. Jamie venía a mi casa pasada la hora de comer y pasábamos la tarde en la playa sin hacer nada en concreto. Era retrotraernos a las tardes de muchos veranos atrás, en las que él surfeaba y yo me quedaba leyendo en la toalla cualquier novela que cayera en mis manos.

Me gustaba esa ociosidad porque reducía el flujo constante de pensamientos que a veces se tornaban demasiado autodestructivos. Me sentía desconectada de una realidad angustiosa en la que todo avanzaba y me arrastraba. Era una cómoda burbuja en la que podía refugiarme sin temer el mañana.

Disponíamos de un colchón de días estivales que permitían esa pausa y desconexión de lo que suponía continuar creciendo. Del cambio que eso implicaba. Podíamos revolcarnos en la nostalgia, en el último bastión de una infancia que dejaba atrás a cada minuto.

Me subí las gafas de sol al pelo y cerré el libro. El solo era benigno sobre mi cabeza, así que me retiré la pamela, acurrucándome en la toalla, sintiendo como me mordía la piel con suavidad.

El sopor se apoderó de mí en cuanto la negrura se asentó en mi cerebro. Pensaba en el libro que acababa de terminar. Saboreaba los fantasmas de aquellos personajes que había sentido reales y buscaba hilos de los que tirar para lograr yo algo parecido. Algo valioso.

Había recuperado la costumbre de portear una libreta y un bolígrafo y apuntar las ideas que me asaltaban en los momentos más inoportunos. Luego, frente al ordenador, en la quietud de mi cuarto lograba imponer un orden y dejaba que mis dedos sobrevaloraran el teclado.

Lo ocurrido con Xavier había dotado de una profundidad a mi escritura que antes no había estado ahí. O a la que no había podido acceder hasta aquel momento.

Finalmente, se el polvo se había asentado.

Aún le quería, pero ya no dolía, ya no era un impedimento para el resto de mi vida.

Ya estaba medio dormida cuando alguien pronunció mi nombre.

—¿Brie? ¿Brie Turner?

Me enderecé un tanto torpe y parpadeé cuando el resplandor del sol me hirió las pupilas. Enfoqué primero a la chica que me había hablado. Aunque el término mujer se ajustaba mejor. Alta, esbelta, con una envidiable mata de pelo castaño en una elegante trenza que le caía sobre un hombro. Exudaba elegancia y madurez. La encarnación de lo que mi yo adolescente imaginaba que era una adulta.

—Ah, hola, Ada —saludé con una sonrisa tambaleante. Parpadeé y me coloqué las gafas de sol—. Y Olivia, cuanto tiempo.

Olivia me correspondió la sonrisa con cierto cariz rígido. Íbamos juntas a clase. Dos conocidas que apenas eran cercanas, pero que, en un sitio tan pequeño, estaban condenadas a saludarse e interactuar cada vez que se encontraran. Eso hacía que el trato siempre fuera un poco tenso.

—Sí, ¿verdad? —Ada suspiró—. Los años pasan sin que te des cuenta. —Sus ojos se movieron de mi rostro e hizo un barrido rápido a mi alrededor—. ¿Estás aquí tú sola?

—En realidad...

Señalé con la barbilla la figura que se aproximaba a nosotras con una tabla bajo el brazo.

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