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Capítulo 29.

Estaba tirada en la cama con las ventanas abiertas de par en par y releyendo uno de mis libros favoritos cuando me llegó un mensaje de Frances. Desvié la mirada de las páginas a la pantalla. Desde que me desinstalé la aplicación de Tinder y decidí que era una etapa que había cerrado definitivamente mi móvil había fallecido por cuestiones prácticas.

Solo hacía un par de horas que estaba en casa y me quedaban una cantidad ingente de ellas por delante.

El aburrimiento no me preocupaba.

Podía leer. Escribir. Mirar series hasta hartarme o simplemente escuchar música. Tener una conversación con mi madre frente a un té helado. Por eso no hice un funeral metafórico en mi mente a la muerte de mi vida social.

De hecho, podría haber metido el móvil en una caja y no sacarlo en todo el verano.

Pero eso supondría renunciar a la música y a los videos de TikTok con perros salchichas que me servían para mantener estable mi química cerebral.

Tardé en prestar atención a la notificación. Terminé un par de capítulos antes de sucumbir a las directrices de la comunicación y desbloquear el dispositivo.

«Mira el vídeo que voy a pasarte».

Ahí estaba. Me mordisqueé la uña del pulgar mientras se descargaba, con una latente curiosidad en el pecho. Después presioné encima y aguardé unas milésimas a que empezara a reproducirse.

Era el vídeo que grabó en su cumpleaños. La partida al Just Dance que Jamie y yo nos disputamos. Siempre me había parecido raro verme desde fuera. No era una gran fan de fotografiarme o grabarme. Aunque lo cierto es que no fui capaz de prestarme mucha atención, mis ojos se vieron irremediablemente atraídos hacia Jamie.

Despeinado y con ese collar criminal.

Mis cejas se fruncieron al percatarme de un detalle que postergó el resto del contexto a un fondo inaccesible. Jamie apenas miraba la pantalla. Me miraba a mí. Todo el rato. Con aquella sonrisa sesgada y más torcida del lado izquierdo. Y yo le devolvía la mirada y me reía. Fue ahí cuando empecé a prestar atención a la Brie que salía en el vídeo. Una radiante.

La partida llegaba casi a su fin y Jamie me echaba sobre su hombro.

Desde fuera parecíamos cualquier cosa.

Bueno, cualquiera no.

Pero sí una que podía dar pie a malentendidos.

Retrocedí varios segundos para ver hasta en tres ocasiones el momento en el que nos caíamos al suelo. En el emplazamiento de la mano de Jamie en mi cuerpo. En la forma tan natural en la que me inclinaba hacia él. En la cruda intimidad que se respiraba entre ambos como si fuéramos dos trozos de mental imantados.

Estábamos muy cerca.

Nos sonreíamos.

Éramos ajenos a todos y a todos envueltos en nuestros piques absurdos e infantiles que no iban en serio y a la vez sí.

Digerí aquella realidad como pude. Despacio. A regañadientes. Un poco preocupada. Pero no estaba sorprendida. En el fondo había percibido la inevitabilidad de los acontecimientos. Desde el primer momento que le vi en el tren. Una parte de mí siempre lo supo. Solo que estaba tan enterrada en mis problemas con Xavier que no la presté atención y después no quise enfrentarla.

Vale, ahora se suponía que debía tratar el asunto.

Como la adulta responsable y sincera que quería ser.

Y no obstante me sentía más cerca de la Brie aterrorizada de dieciséis años que esa versión de mí misma que aún estaba demasiado lejos para que pudiera estirarme hacia ella y tocarla con la yema de los dedos. Convertirme en ella.

Donde duermen los trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora