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One single thread of gold tied me to you

Capítulo 21. Jamie.

—¿No tendrás... hm... una sudadera que puedas prestarme? —Brienne asomó la cabeza por una estrecha rendija de la puerta del baño, con los labios fruncidos en una mueca de incomodidad.

Se había desecho de los pantalones salpicados en vómito que ahora estaban en las profundidades de un barreño y lo único que había conseguido encontrar de su tamaño eran unos calzoncillos que encogieron en la lavadora.

—Sí, ¿te valen los calzoncillos?

Esbozó una sonrisa azorada. El color había regresado a su rostro, aunque seguía teniendo un aire demacrado que se arremolinaba en las zonas amoratadas alrededor de sus ojos. Abrió un poco más la puerta y tuve que tragar saliva, porque se me secó la boca.

Con el top que llevaba y mis calzoncillos iba prácticamente desnuda, con centímetros y centímetros de piel expuesta. Fue un instante de debilidad descarnada y primitiva la que hizo que mis ojos se deslizaran por aquella piel.

Durante años había visto aquel cuerpo que era tan familiar y desconocido cambiar. Si me afectaba era por los chupitos que había ingerido en mi plan de huida antes de que Brienne y aquel gilipollas se chocaran conmigo.

—Te traeré una sudadera —dije, maldiciendo aquella octava más grave en la que se acomodó mi voz.

Brienne asintió, reclinando un hombro contra el marco de la puerta. Su larga melena morena caía en ondas desechas por su espalda y parecía que aún seguía mareada, ya que cerró los ojos. Mi mirada recayó sobre su mano vendada. Al principio me temí que el daño fuera más grave de lo que al final resultó ser. La tenía hinchada y le dolería durante un par de días, pero poco más.

Hurgué en mi armario y extraje la primera sudadera que encontré, antes de acercarme al baño y entregársela. Me ofreció una pequeña sonrisa de agradecimiento y se la puso ahí mismo. La tela le cubría hasta la mitad de los muslos y las mangas ocultaban por completo sus manos.

—¿Tu amiga te ha respondido al mensaje?

Brienne negó.

—Siguen sin llegarle si quiera. La cobertura ahí dentro apestaba. O quién sabe. Puedo que se le haya apagado el móvil. Cualquier cosa, joder... —se masajeó las sienes con los dedos de la mano sana, rompiendo en un suspiro hastiado—. Me duele la cabeza.

—Tienes que beber agua.

Me miró a través de sus pestañas enredadas, con una pizca de humor suavizando la angustia que reflejaban sus ojos castaños. Aún estaban bastante enrojecidos por el llanto.

—Lo sé.

Fuimos a la cocina, que por suerte estaba bastante recogida. Brienne se sentó en una de las sillas plegables, cruzando las piernas y usando sus brazos como almohada, mientras yo me hacía con un vaso de agua y unos guisantes congelados. Le pasé ambas cosas y la chica suspiró cuando el frío le tocó la piel. Dio sorbitos cortos y el silencio se precipitó sobre nosotros, invadiendo el espacio disponible entre aquellas cuatro paredes. Se escuchaba el zumbido de la nevera y el goteo incesante del grifo que el casero se negaba a reparar.

Tomé asiento frente a ella.

No sé por qué, pero no podía dejar de mirarla.

Las preguntas me picaban en la punta de la lengua, pero no di salida a ninguna de ellas. Tampoco sabría por dónde empezar. No me fiaba del todo de mí mismo. Aunque se me había bajado el pedo considerablemente, los efectos del alcohol interferían en las conexiones neuronales encargadas de dotarme de un mínimo de racionalidad.

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