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Capítulo 37

Todas las acciones tienen consecuencias. Por pequeñas que sean. Es inútil fingir lo contrario y la única opción que queda por descarte es aceptarlas. Vivir con ellas. Incorporarlas a todas las demás que arrastras desde que empiezas a tomar decisiones.

Aquella mañana me desperté tras una noche sin sueños.

Fue como ascender desde un lugar muy profundo y calmado. Tardé un poco en comprender las circunstancias que me envolvían a pesar de tener la mente más despejada que nunca. Parecía que en lugar de un puñado de horas había dormido durante días enteros.

La respiración pausada de Jamie fue lo primero que me ató a la realidad. A un presente que contenía un millar de matices diferentes e inexplorados. Lo desconocía poseía la capacidad de aterrorizarme hasta lo más hondo, pero de momento la sensación de tranquilidad con la que me había despertado continuaba ahí. Me envolvía como capas y capas de plástico de burbujas que no dejaban que mis pensamientos más punzantes se hicieran lugar en lo mullido de mi felicidad. Porque de alguna forma me sentía plena y conscientemente feliz. De una forma infantil y casi irracional.

Me conocía lo suficiente para saber que no sería eterna.

Que esos pensamientos me terminarían alcanzando.

Pero cada segunda era valioso por su propio peso. Una realidad que empezaba a comprender.

Abrí los ojos despacio. La luz inundaba la habitación con una claridad refulgente que me obligó a parpadear un par de veces para habituarme. La tormenta había purificado la atmósfera. A lo lejos el murmullo del mar era apenas audible y los pájaros trinaban. Algo similar al medio me cerró un pelín el estómago.

Las horas se habían precipitado unas sobre otras hasta dar pie a lo que en sí era un concepto grotesco: la mañana de después.

Bajo la luz del día las cosas se ven con una claridad inmensa.

Esperé. Y luego esperé un poco más, con cierta tensión. No estaba muy segura a qué. Solo que no llegó. Quizás a una estampida de remordimientos. A una jaqueca que me dejara sin aliento. A la certeza de haberme equivocado y de haber tirado por la borda lo más valioso que atesoraba en mi vida en aquel momento.

Nada sucedió.

Éramos solo yo y los sonidos de la mañana.

Era hora de afrontar un poco más aquello. Me giré despacio, procurando no ser ruidosa ni brusca. Seguía temiendo que la burbuja estallara y no me sentía del todo preparada para el después de eso. Jamie aún dormía, ajeno al mundo. Lo contemplé bajo esa luz preciosa e inclemente. Jamie seguía siendo Jamie. Tenía el cabello despeinado, apuntando en todas las direcciones y el ceño un poco fruncido. Sus extremidades eran tan largas que estábamos enredados en la cama. No tenía ni fuerzas ni ganas para moverme y alterar ese hecho en concreto. Hacía calor, pero ni eso me disuadió. Las zonas en la que nuestra piel desnuda se rozaban acumulaban una estática deliciosa.

Recordaba cada detalle de ayer.

La forma en la que se inició. Cada beso. Cada caricia. Todo. Los repasé mentalmente con cuidado, examinándolos como si fueran piedras raras de alguna colección. Cada ángulo. Cada arista. Cada cristal.

Y aún así eran como un eco distante.

A lo mejor continuaba un poco en shock.

Probablemente fuera eso.

Una no puede esperar que comerse a su mejor amigo no desencadena una emoción fuerte y difícil de asimilar a primeras. Tal vez estaba aún demasiado cerca de la explosión y el silencio era consecuencia de una sordera posterior a la misma.

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