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Capítulo 28.

—¿Vas a estar bien?

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

Frances enarcó las cejas en un gesto de lo más elocuente y su mirada me repasó de pies a cabeza con intención. Su pregunta me había hecho detenerme, con la maleta en la mano y la mochila mal colocada sobre los hombros. Me obligué a erguirme y devolverle la pregunta lo más tranquila posible.

Faltaban unos cuarenta y cinco minutos para que mi tren saliera.

Estaba ansiosa y asustada y no conocía el motivo. Era un engrudo de pensamientos irracionales. De sensaciones exageradas por un cosquilleo premonitorio en el estómago que se confundía con náuseas.

—Estás rara desde que cortaste con Devon.

Pasé los dedos por debajo de las correas de la mochila y me encogí de hombros. El peso reposó en la curvatura de mi espalda.

—No rompí con Devon. No había nada que romper entre nosotros. Solo... nos despedimos.

—Ya —masticó el monosílabo.

Ayer fui a su casa. Tenía una resaca emocional más fuerte de lo que habría imaginado después de mi conversación a Xavier. La sensación de ser una criatura liviana y libre de las cargas que hasta ese momento me habían mantenido de rodillas sobre el asfalto seguía confundiéndome. No me percaté de lo peligroso que podía ser despegar los pies del suelo hasta que no me planté ayer en el apartamento de Devon.

Era ingrávida. Era libre. Un caos desatado.

Lo hicimos como nunca.

Esa energía nueva y diferente me poseía. Y el orgasmo que denotó en las profundidades de mi cuerpo destrozó más cosas de las que tenía previstas. De repente el equilibrado acuerdo que mantenía con Devon me pareció... No sabría explicarlo. Tenía la intención que algo dentro de mí, algo importante, no paraba de girar. Giraba. Giraba. El calidoscopio se movía y las luces cambiaba. Yo cambiaba tan deprisa que no tenía nada a lo que sostenerme.

Supe que sería la última vez que me acostaría con Devon y lidiar con esa certeza mientras aún me sabía en la lengua me resultó complicado durante los primeros minutos. Comprendí de golpe que el sexo vacío podía ser una rutina de cardio excelente. Divertido. Pero que ya no me apetecía.

Aunque tampoco sabía lo que me apetecía.

Suspiré, regresando al presente.

—Tarde o temprano tenía que terminar —expuse—. Devon es un gran tío, pero no me gustaba de ese modo. No me veía compartiendo partes de mí misma que se alejaran demasiado del dormitorio.

Frances asintió pensativa. Estaba espatarrada en el sofá, rodeada de cajas sin cerrar. Solo era una mudanza de dos meses, pero había puesto sus pertenencias patas arriba. Me di cuenta de la poca huella que dejaba yo en aquel piso, como si no llevara viviendo cerca de un año. Como si me limitara en ir de un lugar a otro de puntillas procurando no hacer mucho alboroto a mi alrededor.

—Lo vuestro era físico y aunque ambos sois unos frikis de cuidado, no veáis posibilidades de un vínculo emocional y mental.

—No. No sé. Ni siquiera sé si es lo que busco.

—Tienes suerte. Empieza el verano. —Movió las cejas de forma sugerente—. El tiempo perfecto para tener rollos de una noche o un apasionado affair con un hombre casado que veranee en un chalé en primera línea de playa y que se sienta solo porque su mujer le ha quitado los hijos tras el divorcio y usa su pensión para meterse morros.

—Que... específico.

Me guiñó un ojo.

—O puedes marcarte un Mónica y Chandler en Londres y follarte al buenorro de tu amigo Jamie en cada esquina de tu pueblucho. Joder, no pensaba que fuera a ser tan atractivo.

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