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Capítulo 35.

Los rastros de arena se acumularon entorno al desagüe, incriminatorios, recuerdo de la playa y de los acontecimientos que allí sucedieron. Curvé los dedos de los pies y un suspiro de alivio abandonó mis labios cuando el agua comenzó a calentarse un poco.

—Extiende las manos —pidió Jamie.

Alcé la vista, las gotas se me apelmazaban en las pestañas y me tuve que pasar las manos por el rostro para poder enfocar. Estaba de pie, frente a mí, compartiendo el mismo plato de ducha, manipulando el bote de gel.

—Extiéndelas —repitió.

Me forcé a parpadear. Me había perdido en los sugerentes caminos de las gotas a través de su piel, por sus pectorales, alcanzando la parte de los abdominales. Cuando mis ojos se reencontraron con los suyos, sonreía, el muy capullo.

Obedientemente ofrecí mis manos con las palmas descubiertas y Jamie apretó el bote que regurgitó una generosa cantidad de jabón.

—¿Tienes que ser tan mandón? —medio protesté, en broma, empezando a extender el primer pegote de gel por mis brazos.

—No, no tengo porqué serlo. —Jamie frotó las palmas de las manos hasta conseguir espuma y se puso a enjabonarse con esa sonrisa canalla que disparaba mi ritmo cardiaco—. Pero has sido tú quién se ha colado en la ducha, así que ahora te toca apechugar.

Negué, divertida.

—No recuerdo ni un atisbo de resistencia por tu parte cuando me he "colado" —entrecomillé en el aire, con los dedos llenos de espuma.

—Es que soy muy educado, no quería ofenderte.

—Ah, sí. Eres el colmo de los buenos modales. Fallo mío.

—¿Es sarcasmo lo que detecto en tu tono? —preguntó, dando un micro pasito que me hizo retroceder hasta que mis omóplatos tocaron los azulejos mojados.

Alcé el mentón.

—No, solo es hostilidad.

Jamie se rio. El sonido rebotó en las paredes del baño que comenzaban a saturarse de vaho.

—Mi ducha, mis reglas, cariño.

—¿Y qué reglas son esas? —interrogué, terminando de extenderme el jabón por el vientre. Mantuve el contacto visual mientras subía, poco a poco, mis propias manos en dirección a mis pechos.

—Antes el gel que el champú.

—Estás equivocado, pero oye, tu ducha, tus normas.

—Ajá —asintió, con la voz tensa.

¿Me estaba entreteniendo más de lo que exigía la higiene en mis tetas? Sí. En los ojos de Jamie se condensó una emoción que empezaba a resultarme familiar y que me hizo temblar a mí también. Más aún cuando nuestras miradas se desligaron y la suya descendió por mi clavícula hasta la región donde se encontraban maniobrando mis manos.

—Date la vuelta —dije, en un tono un tanto exigente.

—¿Qué?

Procuré que mi expresión fuera lo más relajada posible. Mis rodillas tenían la consistencia de un flan.

—Que te des la vuelta. Voy a enjabonarte la espalda.

Jamie inspiró y el movimiento de su pecho me pareció hipnótico. En su rostro se libró una contienda de corrientes contrapuestas y con un gruñido final acató mi petición. Me permití esbozar una sonrisa victoriosa mientras posaba mis manos en sus hombros. Su piel estaba caliente y resbaladiza y mis yemas tantearon la firmeza de su musculatura con calma.

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