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Capítulo 42.

Tenía los ojos cansados y un poco escocidos por el humo de cigarrillos y las lágrimas producto de la risa incontenible. Una ligereza reconfortante me inflaba el pecho y me daba la impresión de que, si me despistaba, iba a salir flotando en aquella fresca noche de agosto.

Jamie caminaba a mi lado, en un silencio cómodo, perdido en sus propios pensamientos. Observé su perfil a la luz de las farolas, las líneas de su rostro, las pequeñas cicatrices blanquecinas. Me pilló mirándome y dio un ligero apretón a nuestras manos unidas. Su pulgar acarició el mío con una lentitud anestesiante. Mis labios cedieron en una amplia sonrisa achispada. La sangría me había hecho más efecto del que estaba dispuesta a admitirme.

Hace un par de semanas me habría parecido impensable ese nivel de deleite tras una quedada con la gente del instituto, pero poco a poco había logrado introducirlos en mi (antes) tan estricta rutina. De alguna forma había alcanzado un equilibrio a través de un lento proceso de negociación interna. Y había disfrutado, genuinamente.

Contar con la presencia de Jamie a mi lado era como montar en bicicleta con ruedines.

Al principio lo había necesitado para no perder pie e irme de bruces contra el asfalto.

Pero cada vez me resultaba más sencillo mantenerme sola.

Y eso, de alguna manera, enfatizaba el hecho de que estaba a mi lado.

No tanto porque lo necesitara para ser una persona funcional.

Simplemente lo era, con mayor o menor grado de éxito dependiendo del día.

Así que estaba ahí porque lo había elegido. Nos habíamos elegido mutuamente y era una promesa que renovábamos cada día aún con más ganas.

El verano se me estaba escurriendo entre los dedos. En dos semanas estaríamos de vuelta en la ciudad y tendríamos que readaptarnos. Aparecerían los turnos imposibles de Jamie, la presión académica y un sinfín de factores que apenas podía imaginar. Y aunque nerviosa, no estaba asustada en absoluto, confiaba en Jamie, en mí y en eso tan particular que estábamos forjando: en «nosotros».

Había escrito muchísimo durante estas últimas semanas. Me pasaba días enteros poseída por esa energía que me embargaba y me distraía de temas baladíes como alimentarme o ir al baño que sacrifica en pos de las palabras que salían de mis dedos. Nunca había hecho un trabajo de introspección tan profundo y al mismo tiempo tan fluido. De alguna forma me estaba exorcizando de una suerte de demonios que no conocía pero que durante años habían anidado cómodamente en mi interior. Eran sus voces muchas veces las que volvían mi cerebro un campo minado.

Tras terminar mi trabajo lo leía y diseccionaba, corregía y reescribía. Era una novela que jamás vería la luz. Era algo que estaba escribiendo única y exclusivamente para mí. Una vez que estuviera acabada la imprimiría para guardarla a mano en mi cajón de la mesita de noche y así poder seguir aprendiendo. Seguir conociéndome.

Jamie era la única persona que se había asomado a esa parcela tan íntima de mi persona. La primera vez que se lo enseñé tenía náuseas, pero se fue haciendo más fácil conforme iba avanzando. Él me correspondía con la misma moneda: me dejaba escarbar en recovecos de su personalidad que antes no había explorado. Era extraño pensarlo, pero el proceso de conocer a una persona jamás termina. Jamie y yo íbamos descubriendo partes de nosotros mismos que ignorábamos que estaban ahí.

Teníamos un pacto de cara a nuestra relación.

Cualquier duda debía ser expuesta, en los tiempos que la otra persona consideraba adecuados. A veces fallábamos un poco y discutíamos. Pero incluso en esos momentos en los que no estábamos de acuerdo, en el que nos costaba encontrar una resolución... lo quería. Y él me quería a mí. Y lo solucionábamos.

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