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spinning in my highest heels, love
shining just for you
[...]
i'm a mirrorball

track 6: mirrorball, taylor swift

Capítulo 7.

El vino estaba especialmente dulce aquella noche.

La música hacía eco en mi interior como si yo formara parte de ella y ella de mí. Eché la cabeza hacia atrás y grité, con la euforia deslizándose fuera de mi cuerpo, estallando en el aire.

Había terminado aquella misma tarde los últimos exámenes que me quedaban. Xavier me estaba esperando a la salida de la facultad, con las manos resguardadas en su chaqueta y una mirada saturada de promesas indecentes. Me sentí como una pastilla efervescente deshaciéndose mientras caminaba hacia él y esbozaba una sonrisa canalla. 

Cenamos fuera, los dos solos, y luego me acercó a mi piso para que me cambiase de ropa. Íbamos a celebrar el fin de la temporada de finales con sus amigos de la universidad. Ya iba achispada por el vino de la cena, así que no me fijé que, bajo el vestido diminuto y ceñido que me puse, con un escote pronunciado en la espalda, me embutí en las medias rotas.

En principio, iba a ser una noche relativamente relajada. Cogía el tren a la mañana siguiente, muy temprano, porque era el aniversario de bodas de mis padres y tenía que ayudarles con las preparaciones de la cena que querían dar en casa. Era un evento para el pueblo. Un recordatorio de su amor estable y a prueba de balas que se iba fortaleciendo con el tiempo. Quería formar parte de eso. 

Pero no sé como acabé descalza, subida en la barra de uno de los locales que visitamos, sin ningún tipo de noción espacio temporal, dejándome la voz entonando las canciones, siendo vitoreada por los colegas de Xavier.

Uno de ellos me pasó una botella recién abierta de un champán espumoso de precio exorbitante. Las burbujas me cosquillearon la lengua cuando bebí a morro, limpiándome la comisura de la boca con el dorso de la muñeca. 

No recordaba haber estado tan borracha nunca.

Una energía desbordante me tronaba en el cuerpo. No podía dejar de bailar, de describir formas geométricas irregulares con mis brazos. Xavier me atrapó y bajó de la barra y le enredé las piernas en las caderas, satisfecha. Olía a sudor, tabaco y a su perfume varonil con toques cítricos. 

Me observó con los ojos vidriosos y las pupilas enormes, cargó conmigo hasta la improvisada pista de baile, en la cual me depositó con suma delicadeza. Mis pies únicamente protegidos por las medias tocaron el suelo pegajoso, sus manos seguían peligrosos itinerarios por mi piel que iban destruyendo los pocos vestigios de autocontrol y decencia que me quedaban intactos. Me pegaba contra sí, notaba su aliento cálido en la curva húmeda por el sudor de mi cuello.

Eché un brazo hacia atrás para rodearle, bailamos hasta que varios de sus amigos me alzaron del suelo. Me reí mientras iba pasando de mano en mano, como una estrella de rock o una muñeca. Las luces del techo se acercaban y alejaban. Veía chiribitas y formas que no estaban realmente ahí. Alguien me dejó en uno de los altos taburetes y la botella se materializó de nuevo en mis manos.

Bebí para saciar una sed complicada hasta que Xavier me arrebató la botella para darle un gran trago. Contemplé, embelesada, la musculatura de su cuello. La forma en la que una hilera de ese champán decadente le bajaba por la mandíbula cuadrada. Llevaba una camisa negra, sencilla, arremangada hasta los antebrazos. Y estaba tan guapo que me producía dolor físico. 

La atmósfera sofocante del interior hacía que unos cuantos mechones se le adhiriesen al cráneo y aun así seguía luciendo tan perfecto como Legolas. 

Donde duermen los trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora