🚞|32|🚞

531 65 41
                                    

Capítulo 32.

A veces vivir en el interior de mi cabeza era claustrofóbico.

Unos días eran peores que otros. Había algunos en los que ni siquiera me atacaban pensamientos de ese calibre. En los que era más o menos feliz con mi forma de ser y entender mi propia vida.

Otros eran simplemente insufribles.

Como aquel.

Aquel estaba siendo insufrible.

Me sentía dragada de energía social tras la noche anterior, las sienes me palpitaban en un dolor de cabeza tenue, pero constante, como el zumbido lejano de un moscardón que no termina de desvanecer del todo. Mi cuerpo no era más que una carcasa y mi mente se peleaba con ella misma haciéndome examinar en profundidad eventos pasados que por más que lo intentara no podía cambiar.

Usé mis pocas fuerzas para responder a un par de mensajes. Frances me escribía de vez en cuando y había pactado una especie de conversación cordial con varias compañeras de la facultad. Algún TikTok, algún tuit que nos recordara la existencia de la otra como algo abstracto. Era un intercambio sencillo que se me hacía cuesta arriba a ratos. Era un desastre manteniendo vínculos. No sabía hacer las preguntas precisas ni mantener una frecuencia respetable entre las interacciones. Me requería un esfuerzo consciente responder a cada uno de los mensajes. Debía concentrarme. Era como responder e-mails de la facultad o... cualquier otro tipo de acto social irrelevante y obligatorio si quería considerarme a mí misma parte de un círculo.

La charla de borrachera con Jamie se abalanzaba contra mis pensamientos en los momentos más inoportunos. Y me sorprendía a mí misma sintonizándola y dejando de lado los demás estímulos para analizarla. Palabra por palabra. Pausa por pausa. La manoseé tanto que perdió el sentido. Como cuando repites una palabra hasta deformarla.

Lo que no podía corromper era la sensación que dejó impresa en mi cuerpo.

Estaba confusa.

Y un poco resacosa.

Refunfuñé y me di la vuelta en la cama. Era un día nublado y fresco. A lo lejos se adivinaban nubes más oscuras que amenazaban con algo más que una lluvia intensa. No tenía verdaderas ganas de nada. Mi cuerpo estaba atrapado en una atracción gravitacional hacia abajo que me impedía moverme y me mantenía quieta entre mis sábanas revueltas, nadando a brazadas lentas en mi mente infestada de monstruos marinos.

Estar con mis antiguos compañeros de instituto me había afectado de una manera que aún no sabía desentrañar. Durante un par de horas formé parte de aquel grupo que al parecer se sustentaba sobre la nada. Sobre la mera necesidad de acompañarse a unos a otros sin mostrar un verdadero interés por las vidas personales de los demás. Eso reducía la experiencia a un espejismo.

Pero era un espejismo de normalidad. De cordialidad. De la vida de adolescente que pude haber tenido dentro de una estructura social.

Apreté los párpados con un gruñido.

Ojalá tener un botón de apagado.

Cuando me ponía a sobrepensar notaba como se me calentaba el cerebro. Me hacía recordar aquella única vez que fui a esquiar y la inercia tiró de mí hacia abajo. Se suponía que tenía que juntar las piernas y clavar los esquís para frenarme, pero no podía, no era capaz de reducir la velocidad. La instructora tuvo que placarme y ambas rodamos por la nieve con los batones en ristre.

Me aferré a las sábanas con los dedos, deseando vagamente que alguien me placara ahora. De forma metafórica, claro. Aunque tampoco estaría de más recibir un golpe de manera literal, para...

Donde duermen los trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora