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'Cause I knew you
Steppin' on the last train
Marked me like a bloodstain

track 2: cardigan, taylor swift.

Capítulo 6.

Llegó en un coche viejo a la estación. La pintura estaba escamada por gran parte de la carrocería, algo oxidada por la humedad en otras zonas. No le dije nada a George que había quitado las llaves del contacto para meterse en Tinder. Al parecer se le habían agotado las chicas que no le consideraban un imbécil en el pueblo y sus alrededores, así que se vio obligado a recurrir a la ciudad.

No me apetecía continuar ni un instante más siendo testigo del maratón sexual de mi hermano pequeño, así que me apeé del vehículo tras asegurarme de que seguiría manteniendo la versión de que era yo la que conducía durante estos trayectos. Salíamos con tiempo de sobra debido a mi supuesta conducción y ahora que Georgie se estaba aficionando a la ciudad, ese margen de tiempo le parecía estupendo.

Vi a lo lejos como Jamie aparcaba y una nube de humo densa salía de su tubo de escape.

Era el coche de su familia.

En su momento había sido precioso. Yo había desafinado un millón de canciones ahí dentro mientras su madre nos llevaba de un sitio a otro. Pero por su aspecto debía haber sido dejado atrás. Por las intensas lluvias, la humedad, el salitre y demás maravillas de la climatología de nuestro hogar los coches requerían bastante mantenimiento.

George bajó la ventanilla del copiloto, al verme parada junto a la puerta.

—¿Qué cojones haces, Brie? Te vas a calar.

—No exageres. Además, puedes largarte ya.

—No. —Pasó las manos por el volante—. No me muevo hasta que no entras en la estación. Me gusta asegurarme de que lo haces. Así que vamos, camina.

Bufé, pero me costó esfuerzo no sonreír ante su preocupación. No era necesaria. Pero tampoco puedes controlar eso de profesarla por tus seres queridos. Eso me indicaba que aún había esperanza en ese ser reconcomido por las hormonas que cada vez tenía más masa muscular y menos sustancia gris funcional.

—Hazme el favor de usar preservativos —vociferé una vez que me hube alejado un par de pasos—. Sería del todo desagradable explicarle a mamá por qué te han salido verrugas en los testículos.

George asomó la cabeza por el lateral del coche.

—¡No soy un animal descerebrado! ¡Y tú no te quedes embarazada, idiota!

Me reí, dándole la espalda finalmente. Sabía que Jamie había entrado hace un rato. Quizás por eso fue tan automático ubicarle a pesar del bullicio habitual en aquella estación donde el eco revotaba en los techos altísimos. Mis ojos discurrieron hacia él al igual que el agua baja por la inclinación de una colina.

Tampoco era una tarea en exceso complicada, teniendo en cuenta que medía cerca del metro noventa y que esa mata de pelo negro, densa y salvaje, era fácil de reconocer a la distancia.

La vergüenza me burbujeó en el pecho ante el último acontecimiento vivido. Me había comportado de una forma imperdonablemente grosera. Arisca. Abrupta y, seguro, que bastante confusa.

Lo peor es que no fui consciente a un nivel profundo de cuan erróneo fue mi modo de proceder hasta bastante tiempo después. Me percaté ya en la cama, mientras contemplaba el techo de la habitación de mi infancia. Despotriqué en un siseo, dándome un golpecito con el puño en la frente.

Odiaba el pensamiento de haber demostrado un comportamiento tan errático. Y, al meditar al respecto me percaté de que ya era la segunda vez. Yo era una persona tranquila, consecuente. O, al menos, así solía percibirme.

Donde duermen los trenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora