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Capítulo 25.

Nunca pensaré que guardaría varias botellas de vodka junto al detergente barato debajo del fregadero, pero no iba ser yo quien cuestionara los métodos de Bill ejecutados a través del mismísimo Jamie. Había tenido la preocupación de dejar el alcohol fuera y solo fue a recogerlo cuando Frances y Devon se enfrascaron de nuevo en su partida.

Eso nos dejaba a los dos a solas en la cocina.

Estupendo.

Aunque prefería tenerlo ahí y no junto a Devon porque si no iba a continuar con aquella lista sin sentido en el que resaltaba sus diferencias de forma arbitraria y asignaba a un ganador. Era un palo que Devon perdiera tan por goleada.

—Me gusta tu nuevo corte de pelo —comentó Jamie, apoyándose en la encimera con una sonrisilla sesgada.

Me erguí con un suspiro resignado.

—Gracias —dije, tirando de los rizos más formados que de costumbre—. Yo lo dejé hecho un desastre, pero Frances consiguió que no fuera tan... catastrófico. Me dijo que el corte tenía un nombre... shaggy me parece.

—Te queda bien. —Sus ojos se deslizaron por mi rostro y su sonrisa cedió unos milímetros—. Aunque no tiene mucho mérito, con esa cara cualquier cosa te quedaría bien.

Enarqué las cejas.

—¿Es tu forma de llamarme guapa?

—Una de ellas.

—Las hay más directas —opiné, tamborileando los dedos en la encimera para disipar los retazos de nerviosismo que se habían arremolinado en mi mente.

—Cierto.

—Bien. A mí me gusta tu collar —señalé el susodicho. Más que gustarme amenazaba a la integridad de mis ovarios por alguna razón inexplicable. Era un objeto inanimado no un reclamo de aves... y, desde luego, yo no era un periquito—. No te lo había visto antes.

Jamie jugó con las perlas con aire distraído.

El collar pasó a un segundo plano cuando mi atención se vio irresistiblemente atraída por su mano.

¿Estaba ovulando? ¿Es eso?

Carraspeé y me pasé un par de mechones por detrás de la oreja. Los pendientes tintinearon.

—Es nuevo —respondió Jamie y flexionó la espalda hacia delante. Hacia mí.

La primera vez que visité el piso recuerdo pensar que era la primera cocina que nos enseñaban que no era un zulo alargado en el que apenas hay espacio para una sola persona. Era deficiente en muchos aspectos, menos en su amplitud. Jamie alteró de alguna forma esa percepción porque de repente las paredes se estrecharon y nos dejaron a ambos en el centro.

—Buena adquisición —me encogí de hombros en una actitud desenfadada con un matiz demasiado rígido.

—Gracias —sonrió, divertido.

—De nada.

—¿No vas a devolverme el cumplido?

—¿Vas a mendigar un cumplido? —repliqué, burlona.

—Sé que eras un paquete en química. —Abrí la boca, dispuesta a refutar su ataque—. Pero existe algo que se llama homeostasis. Equilibrio. En favor de la homeostasis es mejor que me digas ya cuan atractivo te parezco.

—Ya bueno, en humanidades hay un dicho: la vida no es justa. Quizás en una dimensión químicamente perfecta, pero no en la nuestra. Lo siento. Has peleado bien.

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