Capítulo 19

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Plan estaba furioso cuando regresó a casa a la mañana siguiente para darse una ducha y vestirse antes de ir a trabajar. Un rasguño sin importancia, había dicho Mean la noche anterior, asegurándole que estaba bien.

Había sido muchísimo más que un maldito rasguño. Cuando despertó, lo había sorprendido intentando vendarse él mismo, creyendo que de esa manera podría ocultarle las heridas. Maldita sea.

Tenía tres largas cuchilladas en la parte superior del cuerpo. Una en el bíceps, otra en el abdomen y una tercera en la cadera. Y todas bastante profundas. Lo suficiente para que Plan hubiera insistido en que fuera al médico.

Mean se había negado. Por un segundo, cuando Mean le había dejado bien claro que las cosas se harían a su manera, Plan habría jurado que tenía la misma mirada, el mismo gesto tenso, e incluso la misma manera de apretar los labios que había tenido su marido cuando estaba furioso y decidido a no ceder.

Aquello era algo que le asustaba reconocer. Porque algunas veces notaba esas pequeñas cosas, y temía estar tratando de convertir a Mean en el hombre que había perdido sólo para justificar su deseo, su necesidad de él.

Por supuesto, Mean no le había contado lo ocurrido ni cómo se había hecho esas heridas. Se había limitado a decirle que todo había sido un «malentendido».

Plan estaba tan enfadado que, en vez de ir en coche a trabajar, había bajado andando la colina para tranquilizarse.

Al entrar en el taller observó que Mean salía por la puerta de la tienda limpiándose las manos con un trapo, y que saludaba a Duen, que estaba cruzando la calle en esos momentos.

Algunas veces, Duen iba al trabajo caminando. Decía que de esa manera se mantenía en forma. De pronto, Plan vio que Mean cruzaba el asfalto agrietado frente a la gasolinera y que entrecerraba los ojos, tensando el cuerpo.

Plan se detuvo de golpe y miró a su alrededor, preguntándose qué había llamado la atención de Mean, pero no vio nada raro. Negó con la cabeza y dio un paso observando cómo Dean llegaba a la esquina de la calle, bajaba la acera y comenzaba a atravesar la ancha calzada. Fue entonces cuando escuchó el sonido de un motor acelerando.

Un coche negro con las ventanillas tintadas se acercaba con rapidez a la gasolinera, directo hacia Dean.

—¡Dean! —gritó Plan al ver cómo el coche enfilaba hacia él. El muchacho levantó la cabeza sorprendido ante su grito, y se dio la vuelta, de cara al vehículo que aceleraba hacia él.

Plan corrió, aunque sabía que no llegaría a tiempo. Como también sabía que el conductor tenía intención de atropellar a Dean. Él no lograría llegar a la calzada y el muchacho no alcanzaría la acera.

Como si todo transcurriese a cámara lenta, vio cómo Dean daba un salto y echaba a correr. El coche siguió directo hacia él mientras Plan gritaba e intentaba correr más rápido.

Bajo el implacable sol de la mañana, Plan se debatió entre el miedo y la furia. No podía permitir que eso ocurriese. No podía permitir que hicieran daño a Duen. Era un niño, sólo un niño.

Volvió a gritar su nombre, horrorizado, y entonces Mean cruzó como un rayo la carretera colocándose durante unos instantes delante del coche, estiró el fornido brazo en torno a la delgada cintura de Duen, y ambos rodaron por la acera hasta caer en una zanja. Las llantas del coche rozaron el bordillo de la acera antes de acelerar todavía más y desaparecer.

Un segundo después, el enorme gigante rubio que Kasem había contratado para sustituir al mecánico que había despedido, cruzó la calzada y se arrodilló junto a Mean y Duen.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora