Mean había perdido el control. Había perdido aquella gelidez cortante que le rodeaba como una coraza y acabó con la milicia con una furia tan despiadada y ardiente, que hasta él mismo se había quedado aterrorizado.
Atravesó la salita todavía cubierto de sangre. No se había cambiado. La mugre y la sangre seca impregnaban toda su ropa. Olía a muerte. Apestaba. Pero no había podido mantenerse alejado de Plan. No había podido olvidar el conocimiento que brillaba en los ojos de Plan cuando se alejó de él. Aquel último grito desesperado de su marido todavía resonaba en sus oídos.
Plan había sabido durante todo el tiempo quién era y, a pesar de todo, le había amado. Le había esperado. Había llorado y luchado por él de todas las maneras posibles.
Dobló las rodillas y se acuclilló ante Plan, que miraba fijamente al pasado destruido ante sus ojos.
Cuando Plan levantó la cabeza, las lágrimas corrían por sus pálidas mejillas y la furia ardía en su interior.
—Seis años —lo acusó entre sollozos—. Seis malditos años. ¿Dónde estuviste todo ese tiempo?
Mean clavó los ojos en él, en las fotos, y esta vez no ocultó nada.
—Tin murió de verdad, Plan. Lo único que sobrevivió fue su amor por ti.
Ni él estaba muerto, ni su marido estaba muerto.
Plan oyó la admisión y la resignación callada en su voz. En parte, Tin tenía razón. El hombre que había sido había cambiado por completo, pero, aun así, era el hombre que Plan amaba.
—Esa parte de él está aquí —susurró—. Siempre ha estado aquí. —Plan no podía reprimir los sollozos, las lágrimas, la agonía—. Esa parte estaba viva en mi interior. Sin importar qué nombre tuvieras, Mean, sin importar cómo quisieras llamarte, esa parte de ti siempre ha estado conmigo.
Las manos de Mean colgaban entre sus rodillas dobladas. Tenía el pelo enredado, lleno de polvo, y le caía sobre los feroces rasgos de su cara como si fuera seda.
Sus ojos eran más salvajes y oscuros de lo que habían sido cuando desapareció, al igual que los rasgos de su cara. Y las cejas. El labio inferior era algo más fino. Pero todavía era su irlandés. Era su marido.
Mean miró las fotos, cogió una de ellas y la sostuvo ante su marido.
—Este hombre —dijo con voz queda—, Tin Medthanan, no conocía la oscuridad, Plan. No conocía el infierno al que podían conducirlo otros hombres. No conocía al monstruo que vivía bajo su piel.
Plan negó con la cabeza.
—Escúchame, pequeño. El hombre con el que te casaste no mataba si no era para defenderse. No buscaba sangre en una misión. No juzgaba y siempre intentaba ser justo. Hasta que se vio forzado a pasarse seis meses en el infierno sometido a un brutal experimento en el que le inyectaron una explosiva mezcla de drogas. Todo lo que tenía que hacer era romper sus votos matrimoniales y encontraría la muerte. Se libraría de todo aquello. Todo lo que tenía que hacer era tirarse a cualquier mujer u hombre que le llevaran a la celda y habría hallado la paz
La sorpresa y la incredulidad dejaron la mente de Plan en blanco.
Mean suspiró.
—Era un SEAL, pero también un agente especial al que encomendaban misiones extremas. Sabía muchas cosas. Pensaron que podrían obligarme a romper mis votos y que luego podrían hacer lo mismo con mi honor. —Sacudió la cabeza al pensarlo—. Me trajeron hombres que se parecían a ti, que imitaban tu acento. Pero no me engañaron. Yo sabía que no eran tú. Los miraba y mi mente regresaba aquí. —Miró a su alrededor con una expresión perdida y llena de agonía—. Veía a través de tus ojos. Sentía tu pena. Tu amor. Y me volvía loco de dolor. Pero tú también veías a través de mis ojos, ¿verdad, Plan?
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La cara oculta del deseo
FanfictionSeis años después de recibir la desgarradora noticia de que Tin Medthanan, el hombre al que ama desesperadamente, jamás regresará de su última misión, Plan todavía llora la muerte de su marido. Sin embargo, Tin sigue vivo a pesar de haber sufrido lo...