Capítulo 1

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Wongratch. Nueve meses después

Tin Medthanan estaba en la blanca habitación de la clínica a la que lo habían llevado. Había sufrido durante seis meses la pesadilla más horrible que jamás hubiera imaginado llegar a padecer. Seis meses. Sabía cuántos días, cuántas horas, cuántos minutos y segundos habían pasado desde que había <<muerto>>.

Desde el día que cruzó la puerta de su casa, había estado en el infierno. Se suponía que debía ser una misión sencilla. Tan sólo tenía que rescatar a tres jovencitas secuestradas por un señor de la droga colombiano. Para ello tenía que dejarse capturar y permanecer allí el tiempo suficiente para buscar al agente doble que trabajaba bajo las órdenes del narcotraficante Diego Fuentes.

Había llevado un rastreador electrónico en el talón que él mismo activaría en cuanto viera al espía. Por desgracia, ésa era una información que el espía conocía, y le habían agujereado el pie en cuanto tuvieron oportunidad. Antes de que pudiera reaccionar, Tin había sido atado a una mesa de madera y le habían suministrado la primera serie de drogas sintéticas.

Una droga llamada <<polvo de Afrodita>>; un potente y cegador afrodisíaco. Pero no había encontrado alivio. Porque Tin, enfurecido, enloquecido y descontrolado, había sido incapaz de romper los votos matrimoniales que le había hecho a su marido. No importó la cantidad de droga que llegaron a administrarle. Ni cuánto le hubieran tentado.

Obsrvó al grupo de hombres que lo habían rescatado del infierno de Diego Fuentes. Tres doctores, un almirante, un bastardo ceñudo y trajeado-supuestamente un representante del JAG- y su tío, Mew Medthanan.

Mew no llevaba uniforme, lo que ya decía bastante. La renuncia de su tío a los SEALs tres meses antes sorprendió a Tin cuando se enteró. Por supuesto, no había mucho que hacer en la clínica privada y especializada de alta seguridad donde estaba recuperándose, excepto escuchar rumores.

Se había visto sometido a una operación tras otra de cirugía para reparar su cuerpo y su rostro. Habían arreglado lo que había sido dañado y reconstruido lo que no había podido ser arreglado. Pero su mente todavía estaba rota. Ahora no era más que la sombra del hombre que fue.

Sin embargo, todavía seguía siendo un SEAL. No había presentado la renuncia. Pero tenía el presentimiento de que eso sería algo que haría muy pronto.

-Teniente Medthanan.-El almirante inclinó la cabeza en su dirección; su cara llena de arrugas estaba demacrada por el cansancio y la preocupación-. Veo que está bien.

Aun así, se puso en posición de firmes, aunque se sentía como si estuvieran estirando sus miembros en un potro de tortura.

Los tres médicos le observaron en silencio. El psicólogo que le habían asignado tomaba notas. Aquel condenado bastardo siempre estaba tomando notas.

-Gracias, señor-logró decir al fin. Sólo quería continuar con los ejercicios que había estado haciendo. Los que llevaban su cuerpo a la extenuación, los que le hacían olvidar aquel deseo infernal que jamás disminuía.

El almirante frunció el ceño mientras lo observaba.

-¿Te duele algo, hijo?-le preguntó.

Tin intentó mostrarse paciente, pero mostrarse paciente no era precisamente fácil en ese momento.

-Sí, señor, me duele.-No iba a mentir sobre eso.

El almirante asintió con la cabeza.

-Quizá eso explique su falta de respeto.

Tin apretó los dientes.

-Lo siento, señor. El protocolo no es mi fuerte en estos momentos.

Esperaba una respuesta contundente del almirante; no que se suavizaran las arrugas del rostro de su superior ni que un atisbo de empatía le iluminara la mirada.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora