Capítulo 22

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Mean se tendió sobre la cama y se acarició su duro miembro bajo la atenta mirada del otro hombre.

Plan cerró los dedos sobre su camiseta, con las mejillas húmedas por las lágrimas que todavía le brillaban en los ojos.

—Me portaré bien —le prometió Mean—. Seré un niño bueno y dejaré que me montes, Rathavit.

Según recordaba, aquello solía gustarle a su marido. Le había encantado alzarse sobre él, hacerle suyo aceptando poco a poco su polla en su interior.

Observó la oscura mirada de Plan, percibiendo claramente cómo el deseo crecía dentro de él, cómo su respiración se hacía más profunda, más pesada.

—Ven aquí. —Mean le tendió la mano—. Déjame decirte qué siento cuando estoy dentro de ti. Cuando me tomas en tu boca. Cuando me acaricias.

Mean se moría por sentir sus manos sobre él. Sufría. Estaba poseído por una necesidad que jamás le había torturado de esa manera.

Plan vaciló y Mean pudo ver la cruenta lucha que se desarrollaba en su corazón. La batalla entre lo que sentía por él y los recuerdos que se negaba a abandonar.

Para siempre. Algo en su interior se suavizó al recordar lo que Plan le susurraba cuando hacían el amor. Que le amaría para siempre. Y Mean le había jurado que siempre regresaría a él.

Después de lo que pareció una eternidad, Plan cogió el dobladillo de la camiseta y se la quitó lentamente hasta dejarla caer a un lado.

Plan se sentó, se sacó las botas después de desabrocharlas y luego se quitó los vaqueros. No fue un streptease seductor. Era sólo in hombre dejándose llevar por lo que ardía en sus entrañas. O que deseaba probarse algo a sí mismo. Mean no estaba seguro; su mente estaba envuelta por la neblina de lujuria que crecía dentro de él.

—Esto no es normal. —Plan se tumbó en la cama junto a Mean y le pasó la mano por el interior del muslo—. Estás muy duro. Muy excitado. Y ayer por la noche estabas sangrando. Respóndeme a esto al menos. Dime qué te pasa.

El apretó los dientes. Podía notar el sudor que le inundaba la piel, humedeciéndole de pies a cabeza mientras la fiebre casi le arrebataba la razón.

—¿Has oído hablar del «polvo de afrodita»?

Plan parpadeó.

—Es la droga que usan en las violaciones. O la usaban.

—La usaban —afirmó Mean—. Estábamos detrás del hombre que la vendía y me capturaron. Me la inyectaron durante algún tiempo y aún tengo pequeñas cantidades en mi cuerpo. La adrenalina la despierta. Y las heridas, y la fiebre. Me pongo duro. Necesito follar.

—¿Con cualquiera? —Plan bajó las pestañas y le rozó suavemente el escroto con la yema de los dedos.

Mean negó con la cabeza.

—No.

—¿Con cuántos has estado desde que te hicieron esto?

—¿Importa? —No pensaba mentirle, no en ese momento en que sus dedos le acariciaban los testículos.

Mean separó los muslos, permitiéndole un mejor acceso a su cuerpo mientras emitía un gemido jadeante.

—No ahora mismo. Pero más tarde, sí. —Plan inclinó la cabeza, y Mean sintió una descarga eléctrica en las terminaciones nerviosas cuando él utilizó la lengua para atormentarle.

Plan le dio un beso húmedo. Amoldó los labios a sus testículos y le lamió hasta que Mean enterró las manos en sus cabellos, tirando de ellos, y acercándole más la cabeza, masajeándole el cuero cabelludo y arqueándose bajo su toque.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora