Capítulo 18

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Plan observaba por la ventana, esperando. Había estado escuchando con atención desde que terminó de cenar, y para cuando oyó el duro ronroneo de la Harley detrás del taller, estaba furioso.

Era más de medianoche.

Se paseó de un lado a otro de la salita, deteniéndose ante las ventanas y mirando el apartamento del taller. No se veían luces. ¿Por qué Mean no las había encendido al llegar a casa?

Tin también tenía esa costumbre.

Estaba nervioso y no podía explicar por qué. Cuanto más miraba el apartamento, más sentía el impulso de bajar para hacer el amor con Mean.

Ya se había liberado de la tensión sexual, se dijo a sí mismo. Ya se había acostado con él, así que ahora debería estar bien. Pero no lo estaba, y sabía que aquello ya no era sólo una cuestión de sexo. Se trataba de algo más que lo impulsaba a ir con Mean, a comprobar si estaba bien.

Maldición, Mean tenía más de treinta años, no necesitaba un guardián.

En realidad, tenía treinta y cuatro años.

Plan se apretó el estómago con las manos, por encima de la fina camiseta que llevaba puesta. Tenía la misma edad que tendría su marido ahora.

Sacudió la cabeza. No iba a ir, no iba a bajar al apartamento a hacer el amor con Mean, se repetía una y otra vez mientras se ponía con rapidez las zapatillas y se las ataba.

Agarró las llaves de la mesa junto a la puerta de entrada, salió de casa y al cabo de unos minutos aparcaba su pequeño coche detrás del taller.

Con la llave del apartamento en la mano, subió con rapidez las escaleras traseras del taller. Se dijo que no debería entrar. Después de todo, Mean podría estar con alguien o en la ducha. No obstante, metió la llave en la puerta y entró. De repente se quedó sin aliento. Alguien lo arrastró hacia el interior del apartamento, cerró la puerta a sus espaldas y lo empujó contra la pared.

Por un momento, la tensión de saberse en peligro le atenazó el estómago. Pero entonces se percató de que el duro brazo que se apretaba contra su cuello era el de Mean y de que el brillo casi febril de sus ojos era tan intenso como el de un depredador.

—¿Te gusta vivir peligrosamente? —le preguntó Mean suavemente, con la cara demasiado cerca de la suya, y el cuerpo, casi desnudo, presionando contra el suyo—. Yo no puedo profanar esa sagrada cama matrimonial tuya, pero tú sí puedes dejarte caer por aquí cada vez que te venga en gana ¿verdad?

El áspero sonido de su voz provocó que a Plan se le pusieran los nervios de punta, haciendo que se estremeciera de pies a cabeza y que levantara la mirada hacia él en la oscuridad.

Mean le apartó el brazo de la garganta, pero no lo soltó. Le agarró por las caderas y lo atrajo bruscamente hacia sí, al tiempo que Plan separaba los labios con un jadeo.

No estaba semidesnudo. Estaba desnudo por completo. Y duro. La longitud palpitante de su miembro se presionó contra el vientre de Plan mientras Mean lo observaba con ardiente deseo.

—Tenemos que hablar. —Plan puso las manos sobre los hombros de Mean y sintió que él se ponía tenso.

Era obvio que Mean acababa de salir de la ducha. Plan podía sentir el agua en su piel y algo resbaladizo, quizá restos de jabón. Parecía tener la piel sensible. Tenía el pelo mojado y su oscura expresión no presagiaba nada bueno.

—Parece como si te doliera algo. —Le presionó el otro hombro—. Mean, ¿qué te ha sucedido?

—Todavía no —gruñó él.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora