Capítulo 37

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Antes de que la noche acabara, Mean dejaría impresa en él la huella del hombre que era ahora. Tomaría los recuerdos de Tin Medthanan y los reemplazaría para siempre con los recuerdos de Mean Phiravich. 

Y luego se iría. 

Era un bastardo. El peor hijo de perra que existía. Pero no había manera de arreglar lo que estaba roto, igual que no había manera de borrar su nombre de los papeles que había firmado o de superar los temores que tenía a que Plan no pudiera aceptarlo tal como era ahora. 

Así que tomaría lo que pudiera. Allí, en medio de las fotos que representaban todo lo que Plan  había perdido, Mean deslizó los labios sobre los suyos con voracidad, mordiéndolos y besándolos hasta que se sintió sumergido en él. 

El miembro de Mean presionaba contra el estómago de Plan, grueso y erecto, con el pesado glande latiendo, vertiendo unas gotas de semen contra la piel desnuda de Plan, allí donde se había levantado la camisa. 

Mean se echó hacia atrás y lo miró con ferocidad antes de agarrar los bordes de la camisa y arrancar los botones. 

¡Maldito fuera! 

Debería sentir miedo. Debería haber gritado, alarmado. 

¿Tenía miedo Plan? Demonios, no. Tenía los ojos brillantes y el deseo que reflejaba su rostro casi, sólo casi, se asemejaba a la lujuria que sentía Mean. 

—¿Te gusta así, pequeño? —Arrancó los pedazos de tela de sus hombros y observó la piel que había quedado expuesta. 

—Lo odio —se burló Plan. Pero sus ojos y sus pezones, duros y erguidos, demostraban lo contrario. 

—Estás caliente —masculló Mean, enganchando sus dedos en la cintura del pantalón para, de un tirón, acercarlo a su cuerpo—. Apuesto lo que quieras a que estás tan duro como yo. 

Plan no respondió, sólo le dirigió una mirada cargada de deseo mientras, lentamente, se lamía los labios.

Noah respiró hondo cuando Plan cerró los dedos en torno a su miembro, sin abarcarlo por completo. Él bajó la vista y observó el espacio que los dedos de Plan no cubrían, luego alzó la mirada y le brindó una amplia sonrisa. 

—Estoy duro, Rathavit. Muy duro. 

—Lo estás, ¿verdad? —El joven deslizó la mano por la longitud de su polla mientras Mean enredaba los dedos en su pelo. 

—¿Por qué no lo compruebas por ti mismo? —gruñó Mean—. Tómame, Rathavit. Hazme enloquecer de placer. Demuéstrame cuánto deseas que te folle. 

Los ojos de Plan brillaban con una mezcla de deseo y desafío cuando buscaron los de Mean. Pero al final venció el deseo. Quería tomarlo en su boca con la misma desesperación que Mean quería hundirse en él.

 —Maldita sea, sí —gimió Mean, casi muriéndose de necesidad cuando Plan comenzó a deslizar la boca por su pecho, por sus duros abdominales. Era un demonio. Conseguiría que explotara antes de que sus labios lo tocaran—. Dios, pequeño. Tus labios... 

Mean se estremeció al sentir como si un líquido ardiente le envolviera la punta de su polla, acariciándola, haciéndola vibrar con un gemido. 

Bajó la mirada hacia Plan y se sintió desgarrado al observar cómo su carne dura penetraba los labios rosados, cómo su glande desaparecía en aquella cálida boca.

Plan le miró a la cara. Vio la emoción que deformaba los rasgos masculinos y sus entrañas se retorcieron con una mezcla de dolor y deseo, esperanzas fútiles y miedos oscuros que apenas podía contener. 

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora