Capítulo 52

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Estaba vivo y era suyo. 

Plan permaneció bajo el chorro de la ducha, mirando a Mean de pies a cabeza. No podía dejar de tocarle. El rostro, el pelo mojado, el pecho lleno de cicatrices, los musculosos muslos. La gruesa y pesada erección que, erguida, se agitaba de un lado a otro. Deliciosa y dura, oscura y deseable. 

Dejó que Mean le lavara la cabeza. Era algo que él siempre había hecho años atrás. Le frotaba el pelo con suavidad, metiéndole los dedos entre los mechones mientras se los enjabonaba. Después le besaba en la frente atrayéndolo hacia él y le lavaba el resto del cuerpo. 

Plan casi lloró cuando le besó los moretones de las mejillas, susurrándole cuánto lo sentía. ¿Acaso Mean no lo sabía? Había merecido la pena. Todo había valido la pena con tal de tenerlo allí, vivo y acariciándole. 

—Soñé contigo —le susurró Mean contra los labios, ahuecándole la cara entre las manos mientras el agua caía alrededor de ellos—. Cada vez que cerraba los ojos, Plan, te veía como el día en que me fui. Bromeando conmigo. Riéndote de mí. Provocándome para que te poseyera una vez más; y me dolía tanto que casi me destruía. 

—Te acaricié en sueños —musitó Plan rozándole los labios—. Te besé, te abracé. 

—Me salvaste. —Mean bajó la cabeza y el beso que le dio se hizo cada vez más ardiente, más lujurioso, más hambriento. Era un regreso al hogar, y Plan contuvo el aliento ante la cálida sensación que lo atravesó al ser consciente de ello. 

Los labios de Mean le hicieron el amor, lo adoraron. Su lengua lamió la de Plan una y otra vez, saboreándola, hundiéndose en su boca hasta que el joven sintió que se perdía en él. 

Ése era su marido. No había muerto. Lo habían herido. Quizá se había ocultado. Pero el hombre que amaba Plan Medthanan todavía estaba allí, y era suyo. 

—Plan, si no te folio pronto, me va a estallar la cabeza. 

Las manos de Mean lo agarraron por la cintura. Su expresión era tensa y afilada, llena de una lujuria que no intentaba disimular. 

El lenguaje sucio y provocador nunca había aparecido en sus años de matrimonio, pero a Plan le gustaba. Y tenía la sensación de que se correspondía con el desnudo y carnal deseo que escapaba al control de Mean, la verbalización de lo que antes le había ocultado. 

Plan deslizó la mano por el torso masculino hasta cerrar la mano en torno al grueso y duro miembro. 

—Mmm, ¿qué vas a hacerme? —Le observó desde debajo de sus pestañas—. Con todas las amenazas que me has hecho últimamente, ¿debería de tener cuidado? 

La mirada de Mean llameó con un brillo fiero y ardiente. 

—Yo no nunca hago amenazas, hago promesas —le advirtió mirándole con una clara demanda sexual que hizo vibrar el cuerpo de Plan. 

Mean cerró el grifo antes de salir de la ducha y coger una de las grandes toallas del toallero.

 —Pura palabrería —le provocó Plan antes de mordisquearle el labio inferior y de brindarle una mirada que decía que era suyo. Igual que Mean le pertenecía a él. 

Mean se limitó a guardar silencio mientras los secaba a ambos. La mirada en sus ojos, sin embargo, era una advertencia. Le advertía a Plan que iba a llevar a cabo las promesas que le había hecho durante las últimas semanas. 

Ante ese pensamiento, Plan se excitó y su miembro se irguió entre sus piernas mientras una sensación cálida, sensual y erótica de la que no podía escapar, de la que no quería escapar, le recorría el cuerpo. 

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora