Capítulo 17

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—No quiero volver a verte llorar por otro hombre cuando estés en la cama conmigo.

Plan soltó la cafetera y se giró lentamente para observar al hombre que entraba en la cocina. Mean era demasiado grande, demasiado fuerte, demasiado dominante incluso a esa hora de la mañana.

Plan todavía no había reflexionado sobre lo sucedido la noche anterior, y se había obligado a escabullirse de la cama y a meterse en la ducha antes de que aquello volviera a repetirse de nuevo.

Ahora, vestido con vaqueros y camiseta, y las botas puestas, volvió a darse la vuelta ignorándolo, mientras luchaba por no hacer caso a los desbocados latidos de su corazón.

La noche anterior había ocurrido algo que no podía explicarse. Algo que lo llenaba de miedo y de una vibrante energía que no sabía manejar. Y estar con Mean por la mañana no le ayudaba en absoluto. No era sólo por el aire dominante de Mean. Había algo en su postura, en la mirada de sus ojos, que oprimía el pecho de Plan y lo excitaba hasta límites que le asustaban.

Plan estaba seguro de que la mezcla de irritación y excitación que le hacía sentir no podía ser buena para él.

—Es mi cama. Mis lágrimas. —Se apartó de la cafetera para hacerle sitio cuando Mean se acercó al aparador para coger una taza. Por supuesto, abrió la puerta correcta.

—¿Te acuestas conmigo y luego te echas a llorar? —rugió Mean—. La próxima vez que eso ocurra, Plan, te montaré hasta que dejes de llorar.

—¿Cómo sabes que estuve llorando? —Observó el movimiento de sus hombros, la tensión de sus músculos—. Te quedaste dormido.

—Tengo el sueño ligero —Mean se sirvió el café y se giró hacia Plan, peligroso e inquietante, con el pelo negro húmedo y cayéndole sobre la frente. Vestía las mismas ropas que había llevado el día anterior, y que le dotaban de un aspecto desaliñado y poderoso a la vez. No era el mejor aspecto para la tranquilidad de espíritu de Plan.

—No vas a tener que preocuparte por ello —dijo Plan al cabo de unos segundos, encogiéndose de hombros—. Estoy seguro de que ya nos hemos liberado de esa molesta tensión sexual. Podemos volver a guardar las distancias; y tú a dormir en tu cama.

Colocó la taza de café sobre la encimera y miró a Mean con determinación.

Mean lo hizo esperar. Lo estudió por encima del borde de su taza mientras tomaba un sorbo del oscuro brebaje y sus ojos turbulentos, aunque desprovistos de cólera, brillaron en protesta.

—¿Crees que ha sido cosa de una sola noche? —le preguntó finalmente.

Plan frunció el ceño ante el tono de Mean.

—Saciamos nuestra curiosidad —mintió Plan—. Ahora tú puedes seguir con tu vida y yo con la mía.

—¿Para que puedas seguir construyendo ese santuario a tu marido muerto? —gruñó él.

Aquella pregunta debería de haberle dolido, pero, por alguna razón, no lo hizo, al menos no como lo hubiera hecho antes de que Mean apareciera en su vida.

¿En qué demonios había estado pensando? Mean no llevaba tanto tiempo allí. Se había acostado con él, había hecho el amor con un hombre que conocía desde hacía menos de un mes. Su marido había tardado un mes entero en conseguir llevarla a la cama y Plan había sido virgen hasta ese momento. Pero aquel hombre había aparecido en el pueblo con su Harley negra, sus pantalones de motorista y aquella mirada feroz, y lo siguiente que Plan supo era que tenía que devorarlo vivo.

Plan sacudió la cabeza ante aquel pensamiento.

—Lo que yo haga es única y exclusivamente asunto mío. Finjamos que lo de anoche no ocurrió.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora