Capítulo 28

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—Soy tu amante —gruñó Mean con furia—. Eso me da derecho. Y estoy cansado de oír hablar de Tin. 

—Por lo que a mí respecta, no tienes ningún derecho —le informó Plan—. Y, al fin y al cabo, es mi opinión la que cuenta. Por cierto, te has pasado la casa. 

—Ya lo sé. —Volvió a apretar los dedos en torno al volante—. Ha sido a propósito. 

Plan le dirigió una mirada cautelosa.

—Es bueno saberlo.

Mean giró la cabeza y lo fulminó con la mirada antes de volver a prestar atención a la carretera.

 —Tienes la molesta costumbre de ser algo sarcástico, Rathavit. 

Y no había sido así antes, Plan lo sabía. A duras penas logró contener una sonrisa. 

—¿Sólo algo? Maldición, y yo pensando que era muy sarcástico. Debo practicar más. 

La expresión de Mean era tensa y furiosa mientras miraba ominosamente la carretera que se extendía ante ellos. 

—Son unos bastardos —maldijo finalmente—. No soporto ver que te tratan como si no tuvieras cerebro. 

Plan se rió. 

—Mi marido pensaba que no era más que una muñeco. El típico rubio tonto. Él era alto y musculoso, y le encantaba que pareciera indefenso.

Era la verdad y a Mean no le gustaba que fuera así. Lo odiaba. Le mostraba una faceta del hombre que había sido que no le gustaba en absoluto. Había querido que Plan dependiera de él y jamás se había dado cuenta de que había sido al contrario. De que había sido él quien había dependido de Plan. Dependía por completo del amor de Plan para seguir siendo humano, para recuperar la risa y el humor al volver de una misión. 

—¿Y se lo consentiste? —le preguntó. 

—Me encantaba parecer indefenso ante él. Pero he madurado, Mean. No soy un muñeco ni tampoco un estúpid. Puedo sobrevivir sin tener un hombretón grande y fuerte en quien apoyarme. Me lo he demostrado a mí mismo y también a cualquiera que pensara que no era más que el tonto que parecía. Sólo tenía dieciocho años cuando me casé con Tin. Veinte, cuando él desapareció en aquella última misión. Lo amaba con toda mi alma; sin embargo, ahora soy un hombre y todos esos juegos no forman parte de la persona que soy ahora. Acostúmbrate a ello, porque ya no estoy dispuesto a fingir que no tengo cerebro. 

—Tu marido no te merecía. —Mean tenía la mandíbula tan tensa que parecía a punto de desencajarse. 

—Él lo era todo para mí —susurró Plan—. El hecho de que no me conociera por completo fue culpa mía. Mía y de mi juventud. Pero habríamos madurado el uno junto al otro. Estoy seguro. Habríamos aprendido a conocernos con el tiempo. 

Observó con curiosidad cómo Mean tomaba un camino de tierra en vez de continuar hacia la ciudad vecina como pensaba que estaba haciendo. Las luces del todoterreno atravesaron la oscuridad como una lanza, iluminando los pinos y el camino hasta que se detuvieron frente a pequeño cañón. 

—¿Para qué hemos venido aquí? —Plan miró la oscuridad que les rodeaba mientras Mean apagaba el motor. 

—Para esto. —Se giró hacia Plan, le desabrochó el cinturón de seguridad y un segundo después el respaldo del asiento del copiloto cayó sobre el asiento trasero, formando una especie de cama. 

—No sabía que se podía hacer eso —comentó Plan nerviosismo. 

Mean empujó sobre el asiento hasta que la cabeza de Plan descansó sobre el respaldo y luego lo agarró por la cintura. Mean respiraba entre jadeos. Plan vio un brillo salvaje en sus ojos y el deseo reflejado en su rostro. 

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora