Capítulo 23

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A la mañana siguiente, Duen todavía se estremecía de vez en cuando, pero estaba decidido a trabajar con normalidad. Había dicho que no iba a dejar que nadie lo amedrentara.

Plan trabajó en el taller durante varias horas, poniendo a punto uno de los vehículos que había entrado la noche anterior. Cuando terminó, echó un vistazo al reloj y sonrió.

Bajó el capó y miró a Mean.

Él estaba concentrado en la lectura del ordenador de un SUV nuevo, girando lentamente la llave inglesa entre los dedos y mascando chicle. Demonios, era una suerte que ya no trabajara en el taller ninguno de sus antiguos empleados. Si se hubieran fijado en él, habrían sospechado al instante. Era algo que Plan había encontrado muy sexy las pocas veces que le había visto hacerlo, hacía ya tantos años.

Su irlandés. Había vuelto, estaba allí. Se estremeció ante ese pensamiento y también de cólera. Fuera lo que fuese lo que le había mantenido alejado, era obvio que le había llevado mucho tiempo recobrarse. Podría haber estado con él mientras tanto. Podría haberle ayudado. Plan habría dado su vida por haber podido hacerle cada día, cada hora, más fácil.

Y Mean se lo había impedido. No le había llevado adonde fuera que estuviese, no le había dejado consolarle, y, aún ahora, seguía intentando ocultarse de él.

Por el rabillo del ojo observó cómo Kasem se acercaba a él, le quitaba la llave inglesa y le lanzaba una mirada de advertencia.

Oh sí, Kasem lo sabía. Era lo suficientemente listo para saber que aquello delataría a Mean. Plan apartó la mirada y cerró los ojos ante la sensación de traición que lo invadió. ¿Se lo había contado a su hermano, pero no a él?

Se giró y cogió un trapo del mostrador para limpiarse las manos.

—Kasem, tengo una cita —le gritó—. Regresaré a eso de las cinco.

Tanto Kasem como Mean lo miraron, con sendas expresiones neutras. Bastardos.

—Tenemos mucho trabajo atrasado, Plan. —Kasem se aclaró la garganta mientras Mean cruzaba los brazos sobre el pecho y le dirigía una mirada ominosa.

—No puedo quedarme. —Se encogió de hombros—. Tengo que ir corriendo a casa a ducharme y luego me reuniré con Sienna y Gun.

Plan dejó el paño en el mostrador, sacó las llaves del coche del bolsillo trasero y les dirigió una mirada tensa y una dura sonrisa.

—Estoy seguro de que sobreviviréis sin mí.

Gun se había quedado sorprendido cuando Plan lo había llamado esa mañana para preguntarle si quería ir con Sienna y con él al club. Gun se había mostrado cauteloso pero, aun así, había accedido. Era una de las cosas que le gustaban de él. Gun no era ningún estúpido, pero pecaba de ser tan curioso como el demonio.

Plan se dirigió a su coche, consciente de que Mean lo seguía. Lo alcanzó antes de que Plan llegara al pequeño BMW Z8 rojo que su marido había reconstruido para él poco antes de salir para su última misión.

Aún tenía el guardabarros abollado tras haber chocado contra la parte trasera del todoterreno de Tin. El cuatro por cuatro todavía seguía guardado en el garaje, sin usar, y Plan se preguntó si él habría echado un vistazo a aquel vehículo del que se había sentido tan orgulloso. Podría haberlo hecho con facilidad sin que Plan se enterara. Acababa de llegar junto al coche cuando sintió que Mean lo cogía del brazo, obligándolo a detenerse.

Plan se quedó sin aliento y cerró los ojos, sintiéndose abrumado por las emociones. Alegría, cólera, pesar y esperanzas. Tantas esperanzas que casi cayó de rodillas. Pero también sentía miedo. ¿Acaso deseaba tanto aquello que estaba viendo sólo lo que quería ver? ¿Una ilusión?

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora