Capítulo 40

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Dos horas más tarde, Mean estaba encerrado en la oficina y apretaba la mandíbula con furia mientras sostenía un teléfono de línea protegida contra el oído y escuchaba el informe de Mew. 

—Surat Nitibhon ha sido puesto en libertad por orden del juez federal Kamon Iamotat —le informó Mew—. Ratree Mongkhon, un marshal, aterrizó hace una hora en el aeropuerto en un vuelo privado, con la orden en su poder. Ha asumido la investigación del caso.

 —¿Y qué opinan los federales? —preguntó Mean suavemente. 

—Mis contactos están que arden —escupió Mew—. El juez Iamotat soltó a Nitibhon con la excusa de que su todoterreno había sido robado y que estuvo desaparecido durante varios días en la fecha de los asesinatos. Al parecer, Surat estaba borracho en ese momento, y cuando se le pasó la borrachera, encontró el vehículo en uno de los campos. No lo denunció porque pensó que lo había aparcado en otro sitio. 

Mean resopló. 

—Yo también opino que es una mierda —gruñó Mew—. Sin embargo, tenemos las pistas que necesitamos. Y no tenemos que seguir las normas, Mean. Nuestras órdenes son poner fin a todo esto, sin importar lo que tengamos que hacer. 

Ni a quién tuvieran que matar. Mean no era reacio a matar cuando fuera necesario, pero le gustaba tener pruebas antes de apretar el gatillo o empuñar el cuchillo. 

—Vamos a seguir vigilándolos —le dijo a Mew en voz baja—. Que Thawit vuelva a ocupar su lugar. Tarde o temprano conseguiremos más pruebas. 

—Estamos investigando los nombres que nos diste a Gulf y a mí. Y rastreando la zona con el satélite. Vigila tu espalda. Cuando ataquen, tendremos que movernos con rapidez. 

Vigilar. Esperar. Cuando comenzara la siguiente cacería, los cazadores iban a encontrarse con muchas sorpresas. 

—¿Consiguieron sacarle algo a Surat durante el interrogatorio? —preguntó Mean. A través de la puerta acristalada de la oficina, observó que Plan analizaba con el ordenador de diagnóstico el deportivo en el que estaba trabajando. 

Estaba sudoroso, lleno de grasa, y aun así, nunca le había parecido más hermoso. 

—Nada. Ni siquiera pidió un abogado. Se limitó a quedarse allí sentado mirando a los agentes hasta que llegó la orden de su liberación. Luego, el muy bastardo, sonrió. 

Había sabido que lo protegerían. Cualquiera que participara en aquellas cacerías sabía que tenía las espaldas cubiertas. Mean asintió lentamente, pensativo. 

—Habrá que descubrir las cartas de interés —le dijo a Mew, hablando en clave e indicándole que alguien debía seguir al marshal. 

—Es necesario que saquemos al sheriff de juego —señaló Mew—. He oído que casi le largó un puñetazo al marshal y que abandonó la oficina hecho una furia. Al parecer, hubo una fuga de información. Alguien avisó a la milicia de que las pruebas habían sido recogidas antes del arresto. Y  parece ser que la filtración salió de su oficina. Sacó a su ayudante a empujones, envió a su secretaria a casa y echó la llave. Nadie le ha visto desde entonces. 

Mean entrecerró los ojos. Quizá había llegado el momento de hablar con el sheriff. 

—Me encargaré de repartir las cartas —le dijo a Mew, indicándole que ubicaría a los miembros del equipo allá donde fuera necesario—. Pero primero debemos buscar al último desaparecido. —A Talay Potiwihok, de quien Mean sospechaba que era más que un mecánico, o que un miembro de la milicia. 

—Descubriremos quién filtró la información —le prometió Mew—. Apuesto a que el sheriff también seguirá buscando. Te pondré al tanto de lo que averigüemos. 

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora