Capítulo 26

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Dios. Mean llevaba unos vaqueros y zahones negros. Una camiseta oscura y ceñida le cubría el torso. Y se dirigía hacia allí.

—¿Hay algo más sexy que un hombre con zahones sobre una Harley? —preguntó Gun a su espalda—. Ninguna hombre o mujer podría resistirse.

Desde luego, no Plan. El joven observó cómo rodeaba el taller y tomaba el camino de gravilla que conducía a la parte posterior de la casa. El sonido ronroneante de la Harley estaba cada vez más cerca, haciéndolo temblar de excitación.

—Creo que ha llegado el momento de que me vaya —comentó Gun con una risita—. No te molestes en acompañarme a la puerta.

Plan no lo hizo. Escuchó cómo la Harley se detenía detrás de la casa y se aproximó a la puerta trasera. La abrió y salió al porche en el momento en que Mean se bajaba de la moto.

Aquellas largas piernas que caminaban hacia él con aire despreocupado hicieron que se estremeciera de anticipación. Le hizo sentir el latido del corazón en la garganta mientras el deseo iniciaba un ardiente recorrido por su cuerpo.

—Te ha sentado bien ir al spa —dijo Mean, deteniéndose al pie de los escalones del porche y mirándolo fijamente—. ¿Te apetece lucir el corte de pelo nuevo y salir esta noche? Podríamos cenar en el pueblo. Iríamos en la moto.

Plan no había vuelto a montar en moto desde que era un adolescente. Miró a la Harley y luego a Mean.

—Tendría que cambiarme de ropa.

—Sería una verdadera pena —afirmó él, deslizando la mirada por el pantalón corto y la camiseta ajustada—. Debo decirle, señor Medthanan, que tiene unas piernas increíbles.

Nadie había sido nunca tan encantador como Tin. Plan recordó sus citas, la manera en que lo miraba con aquellos ojos y cómo le sonreía cuando iba a recogerle. Había sido el epítome del chico malo y había sido todo suyo. Y todavía lo era.

—Los pantalones cortos y las motos no son buena combinación —señaló Plan.

Mean asintió con seriedad y sus ojos brillaron de forma inquietante.

—Es cierto. Y con unas piernas tan bonitas como las tuyas, será mejor no arriesgarnos.

Plan se apoyó contra un poste del porche y volvió a mirarlo.

—¿Sabías que tengo un todoterreno? —Se puso una mano en la cadera mientras observaba su reacción.

—¿De veras?

¿Había sido interés lo que Plan vio destellar en sus ojos, o sólo alegría ante la mención de aquel condenado todoterreno? Mean miró a su alrededor. 

—No he visto ninguno por aquí.

—Está en el garaje —comentó a la ligera-—-. Un enorme monstruo negro con asientos abatibles. Un cuatro por cuatro de cromo y acero que consume más gasolina de lo que puedas imaginar.

Mean sonrió ampliamente. Siempre se había sentido muy orgulloso de aquel maldito todoterreno.

—¿Y qué hace alguien como tú con un trasto tan grande? —bromeó.

Plan se encogió de hombros.

—Pertenecía a mi marido y ahora es mío. —Esa declaración provocó que la dura mirada masculina se agudizara. 

—¿Y lo conduces?

—Todo el tiempo —mintió, atormentándole—. No tengo que preocuparme de que se estropee ahora que mi marido no está. No le gustaba nada que lo condujera. 

Mean tragó saliva.

—¿Está en buenas condiciones ahora? 

Plan resopló.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora