Capítulo 49

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—Sienna, no lo hagas. Mean te matará —le aseguró Plan.

Mean la oyó. El miedo en su voz le atravesó el alma.

—Sigue suplicando —jadeó entonces Sienna—. Oh, sí Mean, vas a suplicar cuando yo te viole y Waam se corra en tu garganta.

Mean no era de la misma opinión.

Dio un paso hacia ellos, y Waam sólo tuvo un segundo para levantar el arma antes de que Mean le enterrara el cuchillo en el hombro mientras Sienna chillaba y se lanzaba furiosa contra él.

Derribar a aquella loca fue fácil. Ni siquiera tuvo que imprimir mucha fuerza al puñetazo que le dio en la barbilla y que la hizo caer al suelo como un fardo a sus pies.

Sin perder un segundo, se dio la vuelta para enfrentarse a Waam. Su antiguo amigo se arrancó la daga del hombro y se abalanzó rugiendo hacia él.

La furia le inundaba los ojos castaños y le enrojecía la cara. Sabía pelear. Tin y él siempre habían peleado. Puede que el otro hombre hubiera ganado algo de peso, pero se movía impulsado por la furia. Mean le agarró con fuerza la muñeca y escuchó, con una parte distante de su mente, cómo Waam dejaba caer la daga al suelo mientras el grito de Plan resonaba en la gruta de piedra.

Mean recibió el primer golpe en los riñones y permitió que Waam le diera otro puñetazo en el estómago antes de pasar a la acción. Le clavó el codo en la garganta y Waam cayó de espaldas al suelo. Las habilidades de su antiguo amigo habían mejorado. Le lanzó una patada que Mean esquivó, pero la furia de Waam no era nada comparada con los años de entrenamiento y la frialdad del hombre al que se enfrentaba.

Mean se agachó, rodó por el suelo y cogió la daga a la espera de que el otro hombre lo embistiera. Aprovechó el impulso de Waam para rodearle los hombros con un brazo y escuchó un crujido cuando la daga atravesó el pecho del que una vez fuera su amigo, desgarrándole el corazón.

Waam se quedó paralizado y agrandó los ojos al mirar a Mean.

—Soy Tin Medthanan —murmuró para que sólo Waam lo oyera—. Te advertí hace años que no tocaras lo que es mío.

Algo destelló en los ojos de su antiguo amigo. ¿Remordimiento? ¿Miedo? Mean no estuvo seguro. Waam levantó la mano, pronunció su nombre y cayó lentamente al suelo. Un fino hilo de sangre resbalaba por la comisura de su boca.

Intuyendo el peligro, Mean se giró hacia Sienna y vio que ésta sostenía un arma.

—He matado antes —afirmó la mujer del sheriff. Sangraba por la nariz y tenía una mirada desquiciada en sus ojos verdes.

Drogas. Estaba claro. Era una condenada drogadicta.

—No quiero matarte, Sienna. —Mean era consciente de que Plan, que se apretaba contra una esquina de la pared, observaba la escena con miedo y dolor.

Le había hecho pasar por algo que nadie debería experimentar. Su muerte. Su regreso como otro hombre. La sensación de que todo su mundo se desmoronaba a su alrededor.

—Pero yo sí quiero matarte, Mean Phiravich —se burló Sienna sorbiendo por la nariz. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas—. Has matado a Waam. —Hizo una mueca y luego gritó—: ¿Quién demonios me dará ahora la coca, maldito hijo de perra?

Mean negó con la cabeza.

—Puedes rehabilitarte en prisión, Sienna.

Ella lo desdeñó con sarcasmo.

—Seguro que al cretino de Sun le gustaría verme en prisión. Pobre desgraciado. Será el siguiente y ni siquiera lo sabe. No vas a salir de aquí. —Agitó el arma con énfasis.

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora