Capítulo 45

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Mean salió del taller al oír las sirenas a lo lejos, el chirriar de las ruedas y los agudos pitidos de un claxon.

Fue consciente de la presencia de Nik y otro mecánico a sus espaldas, así como de Duen, que también había salido al aparcamiento. Su corazón dejó de latir al ver al todoterreno de Kasem doblar la esquina y entrar a toda velocidad en el taller, con las luces resplandecientes del coche del sheriff detrás de él.

Se quedó paralizado mientras oía a Nik maldecir a sus espaldas y percibió claramente la tensión que inundó el aire al irrumpir el coche de Kasem en el aparcamiento, deteniéndose en seco.

No fue consciente de haberse movido, pero en apenas un segundo, abrió la puerta del vehículo y sujetó a su hermano cuando cayó en sus brazos, con la camisa llena de sangre y la cara pálida.

—¡Mean! —gritó Kasem con una mirada frenética en los ojos—. Oh, Dios. Oh, Dios. Mean, lo siento. Lo siento tanto.

Mean sostuvo a su hermano, lo arrastró al interior del taller y lo llevó a la oficina mientras Sun los seguía con rapidez. Podía sentir que la sangre de Kasem le empapaba la camisa y la piel.

—¿Dónde está Plan, Kasem? —Sentó a su hermano en una silla antes de coger un puñado de trapos limpios y apretarlos contra el hombro lleno de sangre—. Dime dónde está Plan.

Kasem emitió un sollozo. Echó la cabeza hacia atrás y gritó de furia.

—¡Se lo han llevado! Los han cogido a él y a Sienna. Intenté agarrar a Plan pero Sienna tropezó y se los llevaron a los dos.

Mean sintió que la adrenalina palpitaba salvajemente en sus sienes.

—¿Qué demonios quieres decir con que se los han llevado? —Sun intentó apartar a Mean, con la furia resonando en su voz—. ¿Qué demonios está ocurriendo aquí?

Nik lo arrastró hacia atrás y le quitó el arma con un gruñido. Mean ni siquiera les prestó atención. No le importaba en absoluto lo que hiciera Sun.

—¿Quién se las llevó, Kasem? —Su voz era calmada—. ¿Reconociste a alguien?

—Llevaban máscaras —dijo su hermano negando violentamente con la cabeza—. Se ocultaban tras unas máscaras. Cuando intenté agarrar a Plan, uno de esos bastardos sacó un arma con un silenciador. Me eché a un lado para intentar protegerle y me disparó. —Se apretó el hombro y se meció hacia delante—. Oh, Dios. Lo siento, Mean. Lo siento.

—Nik, ya sabes lo que tienes que hacer —masculló Mean en voz baja.

—Ahora mismo llamo.

—Kasem. —Mean agarró la mandíbula de su hermano—. Kasem, mírame. Dime qué más has visto.

Kasem le miró, mareado por el dolor y la pérdida de sangre. Tenía la camisa empapada.

—Era una furgoneta oscura. —Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Llevaban máscaras negras. Ropas negras. Se detuvieron a nuestro lado y Sienna tropezó. —Sacudió la cabeza—. No sé por qué. Chocó contra Plan y ambos cayeron hacia la puerta de la furgoneta mientras yo trataba de agarrar a Plan. Ellos los metieron dentro. Había barro en las ruedas, en la puerta. Parecía fresco. No llevaba matrícula, lo comprobé. Y luego se fueron. Tenía los ojos marrones. —Miró fijamente a Mean—. El hombre que se llevó a Plan tenía los ojos marrones. Eran unos ojos muy oscuros. Yo conozco esos ojos... Los ojos de Waam.

—Nik, llama una ambulancia —dijo Mean suavemente, consciente de que Kasem iba a necesitar asistencia médica. Luego se volvió de nuevo hacia su hermano—. ¿Dijeron algo? Dime, Kasem, ¿alguno de ellos dijo algo?

Kasem se estremecía ahora entre jadeos. Sostuvo la mirada de Mean a duras penas, intentando no perder la consciencia.

—Dijo algo. Algo sobre una buena cacería. Cuando las puertas se cerraron, alguien se rio y dijo que sería una buena cacería.

—El equipo está en camino —les informó Nik—. Llegarán en veinte minutos.

—¿Cuánto tiempo hace de eso, Kasem? —insistió Mean—. ¿A qué hora ocurrió?

Kasem sacudió la cabeza y se miró la muñeca. La sangre cubría la esfera del reloj. Mean se lo limpió observando a su hermano con atención. La falsa calma que mostraba podía ser sólo un preludio. Iba a desmayarse. Mean lo presentía.

—Hace una hora —susurró con un sollozo—. Dios, Mean. Una hora. Perdí el conocimiento y no pasó nadie. Nadie me vio. Lo siento. Lo siento tanto.

—Nik, ¿qué ha dicho Thawit?

—Están trasladando a León —masculló Nik—. Lo sacaron hace cinco minutos. Están tratando de localizarlo, pero «G» ha perdido la señal.

G era el apodo de Gulf.

Mean se giró y clavó los ojos en Sun. El sheriff estaba mirando fijamente a ambos hermanos.

—Se supone que estás muerto —dijo Sun débilmente—. Vi cómo te enterraban.

Un hombre que se arriesgaba a regresar a su pueblo natal haciéndose pasar por alguien que no era y que reclamaba a el marido que había dejado, corría el riesgo de ser descubierto.

—Y aún lo estoy —afirmó con fiereza—. Cuento contigo, Sun. Pero que Dios te ayude si formas parte de esto.

Kasem temblaba violentamente cuando Mean volvió a mirado.

—Ella lo llamó cariño.

Al oír aquello, Mean centró toda su atención en su hermano.

—¿Quién?

Kasem frunció el ceño.

—Cuando la puerta se cerró, Sienna llamó «cariño» al tío de los ojos oscuros.

—Tienes que haber oído mal —objetó Sun a sus espaldas—. Tienes que haber oído mal, Kasem. —Pero su voz era apenas un susurro y estaba llena de un dolor amargo.

Mean se giró para mirar al sheriff y observó que Sun estaba mirando a Kasem con horror. Sabía que era cierto. Sacudía la cabeza con sus ojos castaños llenos de angustia, como si de esa manera pudiera borrar lo que su razón le decía.

—Ha oído mal.

No, Kasem no había oído mal. Había un topo en la oficina del sheriff de Alpine. Y ese topo era Sienna, no Sun como habían supuesto al principio.

—Nik ¿qué tenemos?

—La ambulancia está en camino. —Mean le lanzó una mirada de reojo que dejó paralizado a Nik y que le obligó a hacer una mueca—. Maldita sea, no tenemos nada. El equipo viene hacia aquí y Thawit sigue rastreando mientras G trabaja en las comunicaciones. Eso es todo lo que tenemos.

—¿Quién cono eres? —preguntó Sun sujetando el brazo de Mean.

Tratando de contener el impulso de agarrar la garganta del sheriff, Mean se volvió hacia él lentamente y le sonrió.

Tenía la mirada aguda e inyectada en sangre, y podía sentir cómo la adrenalina bombeaba en sus venas, cómo se le endurecían los músculos de los muslos por la tensión. Había liberado al monstruo que habitaba en su interior.

—Soy la peor pesadilla de esa jodida milicia Black Collar —le aseguró a Sun en voz baja—. Soy un muerto viviente que piensa llevarse al infierno a cada uno de esos malditos bastardos. 

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora