Capítulo 20

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Esa vez no estaba siendo tan duro. Mean se agarró a las correas que Nik había atado a los postes del cabecero de la cama, apretó los dientes y resistió mientras Mile le suturaba las heridas. Podía sentir la sangre fluyendo con fuerza por su cuerpo y engrosando su miembro.

Maldito «polvo de afrodita» y maldito también Diego Fuentes. Aquel bastardo estaba todavía vivo y sonriente, protegido por el servicio de protección de testigos, mientras Men luchaba con sudor y sangre por recuperar la cordura.

Los médicos le habían advertido que los efectos de la droga en su cuerpo habían sido tales que jamás se libraría por completo de ellos. Habría secuelas. En especial tras una dura oleada de adrenalina como la que había sufrido la noche anterior. La fiebre también empeoraba su estado. Las cuchilladas habían sido más profundas de lo que él había querido admitir, y las heridas se habían vuelto a abrir y a sangrar.

Tenía que calmar la creciente lujuria que inundaba su cuerpo. No quería que Plan lo viera así. Como un animal, pendiente sólo del sexo. Sexo duro, rápido y salvaje. La noche anterior había tomado todos los antibióticos, analgésicos e inhibidores de deseo que los médicos del ejército le habían recetado, pero nada había funcionado.

—No deberíais haber venido —le dijo al antiguo agente del Mossad. Todos estaban ahora muertos para el mundo. Todos eran ahora jodidos hombres muertos.

—Son órdenes de Mew —le explicó Mile en voz baja—. Vinimos en el coche de Thawit. No hay nadie vigilando el taller. Thawit se ha asegurado de ello. ¿Te has inyectado algo?

Mean asintió con la cabeza.

—Anoche. Pero no sirvió de mucho.

—Necesitarás una dosis mayor. Off recibirá más medicamentos pronto. Enviaron el nuevo cargamento anoche.

—Deberías marcharte —le espetó Mean—. No confío en los mecánicos. Y además, Plan va a hacer muchas preguntas.

—Mew llamó a tu hermano antes de venir y le ordenó que vigilara a los mecánicos y que no dejara salir al chico del taller. En cuanto al señor Medthanan... deberías haberle informado sobre esta operación desde el principio. Va a hacer que pagues por tu obstinación, no lo dudes. Pero ahora deja de preocuparte. Pareces mi madre.

—Que te den por culo.

—No me va, tío —gruñó—. Me gustan las pieles suaves, no esa especie de cuero que tú tienes.

—Bastardo. —La risa de Mean se convirtió en tos.

—Bueno, ¿acaso no lo somos todos? —Mile sonrió ampliamente, imitando el acento arrastrado de Tejas.

Mean dejó caer la cabeza en la almohada al sentir que la lujuria amenazaba con hacerle explotar allí mismo. Juraría que podía oler el aroma de Plan y lo único que quería era volver a enterrarse en su cuerpo. La fiebre y la adrenalina eran una mezcla explosiva. Había pensado que tendría tiempo de reponer las inyecciones cada vez que le herían, pero, evidentemente, se había equivocado.

—Off tiene tus medicinas, Mean —le dijo Mile con suavidad—. No podemos darte nada para el dolor hasta que te las tomes o tu estado empeorará. Pero los médicos han enviado algo nuevo, algo que creen que te servirá para el dolor y para... lo otro.

Mean negó con la cabeza.

—No quiero más drogas. —Se iría, se escaparía a cualquier otro lugar hasta pudiera controlar su cuerpo de nuevo. Llevaba demasiados años luchando y había aprendido a pasar inadvertido, aunque, al parecer, no lo había hecho muy bien la noche anterior.

—Tenemos que hacer algo con la fiebre, Mean —le advirtió Mile con los ojos oscuros y preocupados—. Tenemos mezclas de antibiótico y analgésico. Lo mismo que utilizaste cuando recibiste ese balazo hace tres meses. Entonces te alivió. ¿Por qué no le das una oportunidad?

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora