Capítulo 50

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Mew revisó la casa. 

Plan lo esperó en la salita, acurrucado en el mismo sillón en que se había sentado el día en que Mew y el capellán habían ido a decirle que Tin había muerto.

No lloraba. Apoyaba la cabeza en la orejera del sillón y el abuelo de Kasem lo había envuelto en una manta antes de acercar una silla y sostenerle la mano. 

Estuvieron así varias horas hasta que Mew y Kasem entraron en la cocina y un pesado silencio cayó sobre ellos. 

Finalmente, el abuelo soltó un suspiro. Su cara arrugada por la edad estaba llena de tristeza y le palmeaba la mano con pesar. 

Plan levantó la mirada hacia el anciano y observó de nuevo aquellos ojos azules. La feroz mirada irlandesa. Se preguntó si alguna vez se libraría de ella. 

—Te ama —le dijo con suavidad—. Siempre te ha amado, niño. Desde el día que llegaste aquí, hasta el día que él regresó. —Plan abrió la boca con sorpresa y el abuelo lo hizo callar con un gesto—. No se lo diremos. —Señaló con la cabeza la otra habitación—. Ya lo saben, pero no van a enterarse de que nosotros también lo sabemos, ¿verdad? 

Plan parpadeó para contener las lágrimas. 

—Cuando perdí a mi Malee, no podía irme con ella. —Su voz se volvió ronca y triste-—. Sentí su muerte en cada rincón de mi alma. Pero tenía a Tin y a Kasem, y bueno, también a Suchart, aunque éste ha cambiado con los años. Y alguien tenía que velar por mis niños. 

Plan contuvo un sollozo. 

—No va a venir. —Y eso dolía. Dolía tanto que sólo podía sentir dolor; un dolor aún más terrible que cuando creyó que Tin había muerto. Este dolor le consumía. Lo anulaba. Lo dejaba sin fuerzas para vivir. 

El anciano bajó la mirada y negó con la cabeza. Luego volvió a mirarle. 

—Te ama con toda su alma. Si no viene, es por ti, Plan, no por él. No porque no quiera. No pienses que no te ama. Sabes la verdad. 

Plan emitió un sollozo desgarrador. El abuelo hizo lo mismo que había hecho cuando llegó a la casa después de que le comunicaran la muerte de Tin. Lo rodeó con los brazos y lo acunó en su dolor antes de que Plan se apartara y sacudiera la cabeza. 

Plan se enjugó las lágrimas. Había llorado por su marido una vez. No lloraría más. Quizá el abuelo tuviera razón. Tin siempre había tenido un alto sentido del honor. Sería capaz de dejarlo si con ello le protegía. Plan había sabido desde que descubrió la verdad que Mean estaba ocultándose, que fingía estar muerto. Si tenía que elegir entre la seguridad de Plan o su felicidad, él elegiría su seguridad con gusto. Igual que debería hacer él. 

Pero Plan no podía obligarse a levantarse de aquel sillón. Esperó. Esperó hasta la salida del sol. Sonó el teléfono y nadie contestó. Después llegó Sun.

 Estaba ojeroso y parecía haber envejecido cien años. Tenía las ropas manchadas de sangre, la pena grabada en la cara y los ojos vacíos. 

—La policía estatal y los federales han acordonado la zona —le dijo a Mew—. Han descubierto la implicación del juez federal. Intentó escapar de allí en cuanto vio aparecer a los primeros dos agentes que llegaron a la escena. El marshal está muerto y encontraron a Sunan Phaibun en una cañada, semiahogado. También han detenido al alcalde. Casi todos los miembros de la milicia están muertos y los que quedan vivos no seguirán así por mucho tiempo. Nadie del equipo resultó herido. 

Mean estaba vivo.

 —¿Y tú? —preguntó Mew—. ¿Vas a mantener todo esto en secreto? 

Sun apretó los labios. 

La cara oculta del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora