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Los días comenzaron a correr de manera vertiginosa amontonando meses en los que la rutina y el trabajo cumplieron con su deber de agotar a Paula.

Regresaba tarde a su casa y salía muy temprano por la mañana. Era la forma que había encontrado para no recordar. Era una vida tranquila, una que no había buscado, pero se sentía como un regalo y por eso había decidido aferrarse a ella.

Se aproximaba la temporada de vacaciones y estaba contenta de haber logrado el alta de todos sus pacientes. Desde hacía un par de semanas no tomaba nuevos casos y eso le había permitido dedicarse exclusivamente a los que ya tenía. Especialmente a aquel agradable hombre, con el que finalmente había pasado largas sesiones discutiendo estrategias y errores de las escuderías de renombre. No le había revelado el nombre de su sobrino, pero tampoco era necesario. Paula había aprendido a no involucrarse, aceptaba lo que los demás ofrecían y no pedía más. Estaba convencida de que abrirse con alguien, aunque fuera un anciano amable, era demasiado peligroso.

-Señor Costas, oficialmente está usted de alta.- le anunció con orgullo, mientras el hombre movía sus hombros con gracia haciéndola reír.

-Pero si eres una maravilla. Espera que le cuente a mi sobrino, ya tendrás una fila de pilotos rogando por tus servicios. - le dijo el hombre sin perder su sonrisa.

-No es necesario, verlo recuperado es mi mejor recompensa.- le respondió ella justo cuando Begoña se acercaba con paso firme.

-Es demasiado humilde, a diferencia de la mayoría de los argentinos que conozco, pero usted recomiéndela, que en verdad es una joya oculta.- le dijo al hombre que sonrió con complicidad.

-¡No tengas dudas de ello!- le dijo el hombre y antes de retirarse le entregó un sobre a modo de obsequio.

-Espero que las disfrute.- le dijo y antes de que pudiera ver su contenido se marchó agitando sus brazos de forma exagerada para mostrarle lo bien que se sentía.

Paula, aún sonriendo, abrió el sobre con curiosidad y el grito de Begoña llamó la atención de todos los que estaban en el gimnasio.

-Shh.- le dijo su amiga aún sin poder creerlo.

-Es que no todos los días se recibe un regalo así.- le respondió intentando contener su emoción.

Paula sonrió mientras comenzaba a leer aquellas invitaciones. Era un evento exclusivo que tendría lugar nada más y nada menos que en Ibiza. Al parecer contaba con la presentación de algunos pilotos de fórmula uno. Detrás de ellas se encontraban un par de entradas para la carrera del circuito de Barcelona de ese año.

-No sé que piensa este buen hombre, no puedo ir a Ibiza y Barcelona el mismo año.- le respondió Paula ofreciéndole las entradas a su amiga.

-¿Y se puede saber por qué?- le preguntó Begoña con exagerada indignación.

Paula la miró como si su respuesta fuera evidente.

-Sigo esperando...- insistió la española arrugando su ceño.

-Bego...- le dijo buscando las palabras correctas mientras su mirada se teñía de tristeza.

-Pau...- le respondió tomando sus manos con cariño.

-Desde que te conozco no te tomas vacaciones, que yo sepa ganas lo mismo que yo y nunca te compras ropa ni sales de copas, a menos que tengas algún vicio muy bien escondida, estoy segura de que podemos conseguir un pasaje costeable.- dijo con determinación y al ver un dejo de duda en los enormes ojos marrones de su amiga junto sus manos en señal de plegaria

-Por favor ... .- le dijo, incluso con sus labios curvados hacia abajo, como si fuera una niña pequeña.

Paula suspiró y cerró sus ojos. Todo lo que decía su amiga era cierto. Había enviado dinero a Argentina, pero eso no podía contárselo.

Volvió a mirar a la única persona que siempre había creído en ella y no encontró ninguna excusa válida para negarse.

-Está bien.- dijo poco convencida y una vez más todos los que se encontraban en el gimnasio las miraron con reproche. Begoña había vuelto a gritar y su sonrisa no podía ser más grande.

-Shh. O acaso querés que nos echen.- la reprendió Paula con una sonrisa en sus labios.

-Ok, ok. Pero no todos los días tengo la oportunidad de conocer a los guapetones pilotos de la mismísima fórmula uno y lo que es aún más importante, no todos los días puedo irme a Ibiza con mi mejor amiga.- le dijo en un tono más bajo mientras pasaba sus brazos por el cuello de Paula para darle un fuerte abrazo.

Paula la abrazó encantada, llevaba tiempo sin recibir esa clase de manifestaciones. Todo su histrionismo y cariño parecía haberse quedado en su país y al no establecer vínculos con nadie más que con Begoña, agradeció aquel mimo que acarició su alma quebrada.

-Vamos a empacar ahora mismo,- dijo la joven ajena a todo lo que Paula había rememorado con un simple abrazo.

-O no, mejor no empaquemos nada y compremos todo nuevo. Al fin y al cabo es Ibiza, baby. - dijo guiñando su ojo y tomando a su amiga del brazo para llevarla hasta a los vestuarios y así comenzar aquella prometedora aventura en su compañía.

Paula sólo pudo sonreír, todo parecía tan irreal, que ni siquiera quiso analizarlo. Habían pasado cuatro años, había llegado la hora de volver a vivir.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora