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Repiqueteaba sus dedos con impaciencia sobre aquel escritorio lujoso que poco tenía que ver con el resto del lugar. Al parecer había sido recientemente incorporado para darle un espacio más cómodo para trabajar. Paula se sacó los lentes y los apoyó sobre aquella madera robusta mientras estiraba su cuello para liberar toda la tensión que había vivido hacía apenas unos minutos. Recordaba muy bien aquel cuerpo, que aún en una situación vulnerable lograba llenar su mente de imágenes que no hacían más que encender una parte de ella que creía sepultada y olvidada.
Suspiró con fuerza y soltó su iPad para dejarlo caer sobre la mesa, logrando un gran sonido que delató su impaciencia.
-Bueno, tampoco me demoré tanto, teniendo en cuenta que ni siquiera me ayudaste a vestirme.- la sorprendió Carlos desde la puerta caminando con ayuda de sus muletas.
Su cabello aún estaba algo húmedo y su sonrisa de lado no hacía más que acrecentar ese nuevo remolino que sentía Paula cada vez que lo tenía cerca. No podía creer que le estuviera pasando algo así, siempre había sido profesional, ningún paciente la había intimidado, incluso había recibido invitaciones de algunos de ellos y siempre las había rechazado sin problema. Pero Carlos era diferente. No tenía que ver con su profesión, mucho menos con su fama, allí mismo, vestido apenas con unos shorts deportivos y una remera blanca resultaba tan atractivo que invitaba a sus ojos a no dejar de mirarlo.
-Si te buscas los problemas, tenes que resolverlos solo.- le respondió por fin poniéndose de pie, mientras tomaba sus anteojos con una mano.
-¿Te duele? - agregó de inmediato, delatando la preocupación que en verdad había tenido desde el momento en el que lo había dejado solo.
Carlos continuaba avanzando y cuando ella iba a colocarse los lentes se apresuró a tomar su mano con la suya para evitarlo.
Paula lo miró sorprendida alzando sus cejas con elocuencia, como si en verdad no entendiera lo que estaba ocurriendo. Otra vez la observaba de esa manera indescifrable y una vez más no estaba dispuesto a explicar el porqué.
-¿Qué pasa?- le preguntó ella superada por la impaciencia.
Pero él volvió a sonreír y negó con su cabeza. No iba a confesarle cuánto le gustaban sus ojos, no iba a decirle que sin anteojos se veía aún más hermosa y mucho menos que llevaba un tiempo observándola desde la entrada del gimnasio imaginándola en su cuarto de nuevo, pero en otras circunstancias.
-Nada… No me duele.- dijo finalmente soltando su mano para que continuara con su tarea de cubrir aquella mirada que hablaba por sí misma.
Le gustaba la forma en que lo miraba, que fuera con disimulo sólo hacía que lo disfrutara más. Pero él necesitaba rehabilitarse, no podía distraerse, ella era buena en su trabajo, así le había dicho su tío, que realmente se había recuperado en tiempo record. Debía limitarse a ejercitar su rodilla y regresar lo antes posible a su vida, esa en la que no había hermosas terapuetas devorándolo con la mirada. Esa en la que lo único que importaba era ganar.
-¿Seguro? ¿No te golpeaste la rodilla al caer?- le preguntó preocupada mientras se acercaban al banco en el que solían comenzar los ejercicios.
-No. Me golpeé el brazo, el codo y el trasero pero he logrado salvar mi rodilla.- le respondió con ese humor sarcástico que Paula comenzaba a conocer demasiado bien.
-¿A ver el brazo? - le señaló ella comenzando a explorar la zona del codo con pericia.
Carlos sonrió y ella se detuvo para volver a increparlo con su mirada. Aquel enigmático estilo comenzaba a alterar sus nervios.
-¿Vas a tocarme el trasero también?- le preguntó divertido.
Ella puso los ojos en blanco y soltó su brazo a desgano.
-En la mañana no estabas tan gracioso.- le dijo arrepintiéndose un poco al ver como su mirada perdía brillo. Había sido un momento humillante, ¿Por qué lo recordaba? pensó Paula pesarosa.
-No voy a tocarte nada más que la rodilla, pero tenes que hacerme caso. - agregó rápidamente ubicando su pierna sobre el banco.
Carlos volvió a sonreír.
-Volvió al mandona Paulita.- le dijo entre dientes.
Paula también sonrió, le gustaba verlo de buen humor.
-Hoy pensaba iniciar movimientos, pero si te duele tenemos que parar, no pienses que por aguantar el dolor vas obtener mejores resultados. Confío en que vas a avisarme. - le dijo mirándolo por encima de sus lentes.
-Confía, Paula.- le respondió él con un tono algo más grave que volvió a poner en marcha a su insistente imaginación.
-Bien, vas a mover el pie hacia adelante y hacia atrás en las repeticiones que yo te indique.- le dijo mientras le sacaba la zapatilla que llevaba en ese pie.
-¿Como acelerando?- le preguntó él feliz de comenzar a moverse por fin.
-Supongo.- le respondió ella concentrada en acompañar sus movimientos con la exploración del tendón pertinente.
-¿Supongo? No me digas que sos fanática de las carreras y no sabes manejar.- le preguntó sorprendido.
Paula alzó sus hombros sin mirarlo, estaba totalmente concentrada en su trabajo, no quería que nada saliera mal.
-¿Cómo puede ser que no manejes?- insistió mientras continuaba moviendo su pie.
-No todo el mundo maneja. Iba aprender de chica pero mi papá no llegó a enseñarme y luego..- comenzó a contarle casi sin pensar, justo cuando él la interrumpió.
-Eso me duele. - le dijo respetando el pedido que ella le había hecho.
-Bien. - le respondió por fin mirándolo con una sonrisa.
-Está bien que te duele eso, quiere decir que vamos bien.- le aseguró, en contra de lo que él hubiese pensado.
-Suficiente por hoy, voy a buscar los electrodos.- le explicó mientras se alejaba.
-¿Tan poco? Creí que iba a comenzar a moverme. Necesito hacer algo más.- le dijo él indignado.
-Paciencia. Hay que respetar los tiempos. Cada día vamos a agregar algo más, creo que para el viernes llegaremos a la rodilla y el lunes vas a poder subir a la bicicleta, pero es dinámico, eso es lo que planeé pero si algo no responde como espero es mejor no apurarlo. -le decía mientras colocaba aquellos cables y encendía la maquina.
Carlos la miraba intentando olvidar su frustración. Tenía que confiar, aunque quisiera salir corriendo y subir a su auto, no iba poder hacerlo si no respetaba los tiempos. Cuando ella volvió a mirarlo con algo parecido a una súplica en sus ojos, terminó de relajarse. No tenía sentido encerrarse en los porque. Le había pasado, no podía cambiarlo. Sólo podía mirar hacia adelante.
-Así que no sabes manejar…- volvió a decir recuperando esa sonrisa provocadora que esta vez Paula decidió imitar.
-No.- le respondió sin dejar de sonreír.
-Creo que conozco a alguien que podría enseñarte.- le respondió divertido.
-Mi papá era excelente manejando, si alguien va a enseñarme mejor que sea bueno.- le respondió ella comenzando a disfrutar de esa sensación de alegría que llevaba tiempo sin sentir.
-No me provoques que no sabes de lo que soy capaz aún. - le respondió Carlos volviendo a ese tono tan inquietante.
-Sé que sos capaz de volver a las pistas lo antes posible. Sé que podés ganar. Se que, aunque haya comenzado de la peor manera, este, todavía, puede ser tu año.- le respondió, con su mano imprudente sobre la de él.
Carlos no pudo responder. Su cercanía, sus labios moviéndose con cada palabra y aquel tacto suave pero determinado tan cerca de su entrepierna lo obligaron a concentrarse en su control.
Paula arrugó su nariz con inocencia, le gustaba vencerlo en aquel duelo tan cerca del límite, pero entonces él la tomó del brazo. Fue de una manera posesiva que encendió todas sus alarmas y llevó a su corazón a un galope acelerado que se tradujo en sus ojos. Era la primera vez que la tocaba y si bien lo había imaginado demasiadas veces se sentía muchísimo mejor. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué buscaba? ¿Cómo iba a contenerse?, pensó en los escasos segundos que duró el silencio.
-A lo mejor no es un mal año.- le dijo finalmente con sus enormes ojos negros desafiando a los de ella, que presos de un magnetismo imposible de ignorar, no podían dejar de mirarlo. En ese momento hubiese dado lo que no tenía por recibir sus labios. Todas sus fantasías aparecían frente a sus ojos y si bien sabía que no debía, todo su cuerpo le suplicaba que lo intentara.
-A lo mejor…- pudo responder al cabo de unos largos segundos y sin querer volver a caer en la tentación, comenzó a separarse con movimientos lentos.
No podía, pensó ella con resignación.
No podía, pensó él con impotencia.
Pero al volver a mirarse una ligera sonrisa asomó a los labios de ambos encendiendo una ligera llama que confirmó que nada era imposible.

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora