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Luego de una semana, Paula creía haberse adaptado a la nueva rutina. Si bien aún le costaba enfrentar esos enormes ojos, su presencia hacía que disfrutara tanto de su compañía que se sentía extrañamente habitual. 

-¿Listo para comenzar?- preguntó mientras ingresaba al gimnasio. Se sentía de buen humor, quería iniciar los primeros movimientos y ver como respondía, pero sus intentos quedaron a medio camino, ya que su paciente no estaba en el lugar habitual. 

Algo confundida regresó al hall central de aquella casa. No la había recorrido antes, se limitaba a bajar del auto, que Carlos se había empecinado en que utilizara, saludar al chofer y recorrer el pasillo hasta el gimnasio sin levantar la vista. Llevaba tiempo sin interesarse en el mundo exterior, lo recordaba demasiado hostil y eso hacía que se centrara solamente en su trabajo. 

Buscó a alguno de los empleados que había visto el primer día sin éxito. Claudio, el chofer, ya se había marchado y no parecía haber nadie más por allí. Algo preocupada se aventuró a subir la enorme escalera que vestía el contorno de aquel hall. Lo hacía con paso firme, pero lento, temía que alguien interpretara algo diferente a lo que realmente estaba haciendo. 

-¿Carlos?- se animó a preguntar en voz alta, pero conforme continuaba avanzando no obtenía ninguna respuesta y eso la inquietaba cada vez más. 

Repitió aquel nombre una vez más mientras comenzaba a abrir las puertas de las habitaciones a su paso sin éxito. 

-Ouch.- oyó y reconociendo aquella voz de inmediato se apresuró a seguirla. 

Abrió una de las puertas más alejadas y el sonido del agua corriendo la llevó a pasar directamente al cuarto de baño.

-¡No entres!- dijo la voz de Carlos demasiado enfadado y ella lo desobedeció. 

Ingresó presurosa para verlo sobre el suelo completamente desnudo, parecía haber estado bajo la ducha y haberse tropezado al querer salir. 

-¡Qué no entres! ¿Pero es que tú no puedes cumplir una jodida orden?- volvió a decir intentando cubrirse con sus manos. 

Paula no le respondió, se acercó y lo sostuvo desde atrás, conocía la técnica y no tardó en volver a ponerlo de pie, cuando lo tuvo firme giró su cuerpo para enfrentarlo, justo cuando sus ojos traviesos se desvíaron intrépidos en aquella dirección que había querido evitar desde su ingreso, para confirmarle lo que temía: no estaba nada mal.

-¿Te golpeaste la rodilla?- le preguntó volviendo a mirar sus ojos con temor en los propios. 

-Creo que no. ¡Hubiese podido levantarme solo!- le dijo apoyando su peso en la pierna sana mientras volvía a cubrirse con su mano. 

Paula tiró de una toalla que colgaba a su lado y se la ofreció mientras estiraba su otra mano para cerrar la canilla. 

-Estoy segura de eso, pero una mano no viene mal. -le dijo enseñándole una ligera sonrisa. 

Conocía muy bien la frustración de todos los pacientes que había atendido, era normal creer que podían volver a hacer lo que hacían antes de la lesión y sin embargo el cuerpo se encargaba de señalar cuando aún no era tiempo. Decidió que no era momento de reprenderlo, quería pasar la página y por eso estaba dispuesta a obviar el hecho de que se encontraba a solas con el mismísimo Carlos Sainz y él estaba desnudo. 

Carlos, sin embargo, continuaba preso de su mal humor. Ni siquiera podía bañarse solo, creyó que podría hacerlo, había pasado una maldita semana y aún sentía dolor, pensó. 

La frustración era tan grande que no podía ver nada más, ni siquiera el hecho de que aquella hermosa terapeuta no lo había soltado aún y aquel contacto sabía demasiado bien. Sin responderle se anudó la toalla a la cintura e intentó caminar. Se tomó del marco de la puerta y dio el primer paso con su pierna sana. Ella no se movió. Sólo podía observar aquel cabello oscuro aún mojado cayendo sobre su frente y su torso ejercitado marcando los músculos con cada movimiento. No podía estar viviendo aquello, parecía tan irreal que tuvo la loca idea de pellizcarse a sí misma con disimulo. 

Entonces Carlos por fin reaccionó. 

En medio de su ira, aquel gesto lo bañó de ternura. Paula era tan desconcertante que no podía sacarla de su mente. Intentaba mostrarse como una mujer obstinada y fuerte y luego tenía gestos como el que acaba de hacer, que la vestían de inocencia. 

No quiso delatarla, pero el cambio en su humor había sido tan abrupto que decidió enseñarselo. 

-¿Quieres seguir mirando o nos vemos en el gimnasio?- le dijo con su sonrisa de lado, tan irresistible como irritante. 

Entonces fue ella quien se llenó de indignación. Estaba haciendo su mejor esfuerzo por no señalar lo irresponsable que había sido al intentar bañarse sólo y él volvía a provocarla. 

-Nos vemos en el gimnasio.- le dijo finalmente soltando todo el aire de sus pulmones. 

Comenzó a caminar hacia la salida de aquella habitación que recién entonces pudo apreciar. Era tan grande como las demás, su vista era tan eclipsante como la del gimnasio y sin embargo tenía un toque que la hacían personal. 

Hubiese adivinado que era la habitación de Carlos incluso si no se lo hubiesen dicho. Trofeos, fotos y posters llenaban las paredes, incluso una réplica en miniatura de un auto de Fórmula 1 adornaba una de las repisas, recuerdos de los campeonatos ganados por su padre y una hermosa foto que los mostraba juntos alzando una copa. 

Al verla caminar con pausa Carlos se impacientó, la imagen de su padre le resultaba tan eclipsante que, por momentos, nublaba su razón. 

-Si quieres un autógrafo de mi padre tendrás que pedírselo a él. - le dijo regresando a su tono apagado. 

Paula lo miró algo extrañada y creyó comprender que existía una historia por conocer en aquella respuesta. Sin embargo, decidió darle un tregua, el episodio del baño era lo suficientemente humillante como para continuar presionandolo. 

-Me interesa más el tuyo, aunque en un arrebato de furia lo tiré al piso. Creo que no me será fácil recuperarlo. - le dijo con una media sonrisa sin mirarlo de frente. 

Carlos, que estaba a punto de colocarse una remera, detuvo su movimiento y sonrió sin quitar sus ojos del piso. Aquel comentario le había gustado demasiado, pero no estaba dispuesto a admitirlo, todavía.

Hubo una pausa en la que ambos parecían supeditados a la hermosa sensación de gozo. 

-No tardes.- dijo finalmente Paula disfrutando de ser la responsable de aquella sonrisa una vez más y sin volver a mirarlo lo dejó a solas para que terminara de cambiarse. 

La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora