Epílogo

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Mallorca era uno de los lugares preferidos de Carlos. Allí tenían su casa de verano sus padres y cada año ansiaba que llegara aquella estación para poder disfrutarla.
Llevaba demasiado tiempo corriendo, con resultados que ni en sus mejores sueños hubiera podido considerar. Era cierto que disfrutaba de aquella vida, su padre había sido su inspiración y poder compartir con él aquel deporte sólo lo hacía más grande.
Ahora lo sabía, lo sabía demasiado bien.
Alzó su mirada y el mar se mostró presuntuoso ante sus ojos, su color turquesa y su oleaje ínfimo le daban paz. La playa estaba vacía ya, pero guardaba las decenas de huellas que confirmaban que algo bueno había ocurrido no hacía mucho tiempo.
Las risas llegaban con el viento para endulzar sus oídos, la mesa estaba llena y eso era una de las cosas que más disfrutaba del verano. Estaba perdido en aquellos pensamientos cuando sintió un ligero tirón en su mano.
-Dale, pa. ¿Arrancamos?- dijo esa voz tan dulce en un acento español con notas criollas.
Carlos miró a su hijo y no pudo evitar sonreír. El pequeño, que ya tenía seis años, estaba sentado sobre un auto a su medida y lo miraba expectante esperando que se dignara a empujarlo.
-Ya voy, ya voy ¿Por qué la prisa?- le preguntó en un tono divertido mientras se agachaba para asistirlo.
-¿A ti te preguntaba lo mismo tu papá? Apuremonos que mamá seguro nos está por llamar.- le dijo el pequeño con esa chispa que indudablemente había heredado de su madre.
Carlos le dio un beso sobre el cabello, lo tenía oscuro y abundante como él. Aquel pequeño había sido la primera prueba de que un amor tan grande como aquel del que había tenido el privilegio de ser dueño, sólo deseaba crecer.
-¿Listo?- le preguntó mientras tomaba fuerzas para empujarlo.
-¡Hora de comer!- se oyó y entonces el niño golpeó el volante con resignación.
-Te lo dije.- dijo cruzando sus brazos sobre su pecho en un gesto de enfado que reconoció demasiado bien.
Sin pensarlo se apresuró a tomarlo de la cintura y comenzar a hacerle cosquillas.
-Vamos, vamos, que tenemos toda la vida para volver a intentarlo.- le dijo logrando que el pequeño finalmente volviera a sonreír y tomándolo de la mano comenzaron a caminar hacia aquella glorieta bajo la que estaba dispuesta la enorme mesa.
Conforme avanzaban la voz de su padre narrando una anécdota le robó una nueva sonrisa. Su madre, sus hermanas, los padres de Paula y sus hermanas. Begoña y sus amigos de la infancia comenzaban a servirse un delicioso asado que el propio padre de Paula preparaba con gusto. Alternaban la comida española con la de Argentina siempre con buenos resultados.
El pequeño corrió para abrazar a su abuelo y con una sonrisa se sentó a su lado para comenzar a hablar de carreras, que era lo que más le gustaba. Lo admiraba tanto como a él y no había día en que no lograra colmar a su cada vez más viejo corazón.
-¿No llegaron a correr?- le preguntó esa dulce voz que tanto le gustaba y al girar la vio, con su traje de baño azul y su pequeña en brazos, que sin dudarlo tomó en los suyos.
-Tenemos tiempo, Pooh. Tenemos tiempo.- le dijo dándole un beso a su hija, que con apenas dos años llevaba la misma sonrisa que su madre, y no dudó en aferrarse a su cuello con dulzura.
-Creo que podemos dejarle la tarea a los abuelos para esta tarde...- le dijo ella provocativa cerca de su oído mientras pasaba sus manos alrededor de su torso desnudo, que aún encontraba hermoso.
-Eso suena muy bien, se me ocurren muchas ideas de lo que podemos hacer juntos.- le dijo en voz baja dándole un corto beso en los labios.
Llevaban quince años juntos, habían pasado demasiadas emociones. Sus victorias, sus decepciones, sus esfuerzos y entrenamientos interminables. El ascenso de la carrera de Paula, que luego de su primer año juntos, había accedido a abrir su propio centro y aún hoy atendía a los mejores deportistas, no solo de España. Habían vencido las distancias, los temores y el agotamiento. Los deseos de que aquello fuera posible habían llenado sus días de paciencia, dulzura y un amor tan grande que lo había vuelto real.
Pocas veces en la vida se conoce a una persona capaz de hacerte sonreír incluso sin estar, de hacerte creer que eres capaz de conquistar el mundo, de sanar las heridas, de olvidar los más profundos dolores, de borrar las más álgidas cicatrices, de convencerte de que que la felicidad no es algo que se merezca, si no algo que se vive cuando el gozo de la otra persona es mayor que el propio.
Y eso era justamente lo que ellos tenían, un amor que no dejaba de crecer, que continuaba disfrutando de los encuentros más pasionales, de los logros personales y de los domingos en apariencia tranquilos en los que sus hijos dormían la siesta y ellos simplemente descansaban sobre un sillón intercambiando solamente miradas que confirmaban que se volverían a elegir. Porque aquel inmenso mar, sus trofeos acumulados, el prestigio de la clínica de Paula y una vida lujosa, no significaban nada si no podían compartirla.
Porque el amor tiene ese efecto de, incluso con un gesto fugaz, transformar al más relegado corazón, a ese que creía que no podía tenerlo todo o a ese que había dejado de latir por un rato, para convencerlos de que animarse a vivirlo en todo su esplendor no sólo era posible, era inefablemente maravilloso.
Horas más tarde Paula intentaba recobrar su aliento en la proa de aquel yate en el que había disfrutado sin reparos del hombre que amaba. Carlos la observaba recostado sobre su abdomen desnudo acariciando su piel con ternura sin lograr dejar de sonreír.
-Me encanta que me gustes tanto.- le dijo Carlos aún con aquella sensación de placer en sus poros.
-A mi me encantas vos, en cada una de tus facetas. Como corredor, como amante, como hijo, como amigo, como padre, conmigo...- le respondió con ese rubor en sus mejillas que aún tantos años después se le hacía imposible controlar.
-Contigo...- repitió él sin dejar de acariciarla.
-Contigo es el único lugar en el mundo en el que quiero estar. Para siempre.- le respondió mientras volvía apoderarse de esos labios con la única certeza de que aquella última vuelta sólo había sido el comienzo de la verdadera posibilidad de ser plenamente feliz, con tan sólo hacerla sonreír.
Porque uno nunca sabe cuando la suerte va echar su mano para convertir la peor de las noticias en la mejor de las vidas.
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FIN.
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Los espero con más historias para continuar conquistando sus ❤
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La última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora